UN PICO Y UNA
PALA.
De la solidaridad, la empatía y la valentía
Agosto del 2024.
La solidaridad con lo
lejano -y no me refiero a la geografía, sino a su lugar en la información-, no
sólo es cómoda. Además, permite las posiciones más absurdas y
contradictorias (como la de justificar el asesinato de civiles, niños en su
mayoría, que ignoran que el infierno presente no es momentáneo, sino también
una promesa del futuro).
La solidaridad con lo
distante no requiere compromiso: son otros los que sufren y mueren. Para
ellos la limosna de la atención momentánea, la acalorada discusión (já) sobre
uno o dos Estados, las referencias históricas a modo de cada posición. La
solidaridad con lo cercano, en cambio, demanda algo más que un comentario en
redes sociales. En el extraño y pequeño mundo del progresismo están más
cerca las kurdas, Palestina y Ucrania, que Ostula y su porfiada resistencia;
las comunidades originarias del Istmo que se rebelan al destino de ser
reconvertidas en guardias aduanales en la nueva frontera sur de la Unión
Americana (porque eso, y no otra cosa, es ese megaproyecto); la destrucción
ecológica llamada “Tren Maya”; el despojo de agua en toda la geografía; la
imposición de termoeléctricas; las rebeliones contra saqueos, imposiciones y
destrucciones del medio ambiente;…y las Buscadoras.
Y no, no se trata de
obviar, por geografía, una injusticia en cualquier parte del planeta. No,
se trata de entender y sentir que la solidaridad no es una moda y una pose,
sino un compromiso que maldice.
Como el oído, la mirada… y
la palabra
-*-
De las ausencias, la más
terrible e inhumana es la que no tiene explicación.
Las personas
desaparecidas, su actualidad y la indiferencia que provocan arriba, son la
prueba contundente de que la frivolidad y el cinismo son virtudes en el
quehacer político de la derecha… y de la izquierda progresista.
La existencia de personas
que buscan la verdad y la justicia para sus ausentes es lo que marca la
modernidad tan cacareada allá arriba: es terrible el infierno en el que se
cocinan esas desapariciones; y es maravilloso que, quienes buscan, revaloren
con su empeño la dignidad humana.
En los últimos años, lo
más terrible y maravilloso que ha parido esta geografía es la profesión de
“buscadora”.
¿Cuál es lo mínimo para
cumplir esa demanda de verdad y justicia para las desaparecidas? ¿Cuál es
el “piso”, -como dirían los expertos en gestoría-, en esa petición? ¿Un
fragmento óseo? ¿El jirón de una blusa descolorida? ¿Un zapato sin su
par? ¿Una resolución del poder judicial, la policía, el gobierno en
turno: “se hizo lo que se pudo”? ¿La señal del gps parpadeando
solitaria, desesperada, inútil?
¿Un discurso que, claro,
culmina con “me comprometo a que se sepa la verdad antes de que termine mi
gobierno, caiga quien caiga”?
Las buscadoras no sólo
buscan a sus ausentes, también buscan la vergüenza, la dignidad y la humanidad
que se perdieron con un puesto gubernamental, un renglón en la tabla Excel del
pago en nómina por claudicaciones.
Quienes se niegan a
responder a la demanda de las Buscadoras, ¿a qué le temen? ¿Cuál es el
sustento para que afirmen que “la mayoría de las desaparecidas lo son por
voluntad propia”? ¿Es que ya investigaron y esas ausentes lo son voluntariamente?
¿Entonces por qué no decirles a las Buscadoras: “señora, su hijo, hija, se fue
porque encontró una pareja” o “porque usted no la comprendía”?
¿No tienen alta tecnología
(drones, satélites, georradares, archivos digitalizados)? Si no, por qué
no compran o rentan, o piden prestados esos equipos. Busquen en
tiendas on line… o en la página de la Secretaría de Marina.
Sólo escriban en la ventana del buscador “equipos de búsqueda y rescate”.
Si tienen los medios para
espiar a sus enemigos (un Pegasus en cada soldado te dio),
¿por qué no usan esas tecnologías para averiguar si esa persona está
desaparecida “por voluntad propia”?
¿O mienten las
Buscadoras? ¿Entonces es mentira que anden de un lado a otro, atenidas a
las informaciones que reciben? ¿Sufren porque quieren o porque alguien
les hace falta? Esas imágenes donde aparecen, con palas y picos, en zonas
rurales, ¿son editadas con una aplicación digital y, en realidad, ellas están
en su casa haciendo cuentas para ver cómo llegan a fin de mes? Ellas -y
ellos, claro-, las Buscadoras, ¿desaparecieron voluntariamente a sus hijos,
hijas, compañeros, compañeras, padres, madres, familia, con el único propósito
de perjudicar a la víctima imaginaria de Palacio Nacional?
Tal vez podrían, al menos,
pedirles a esas Buscadoras que busquen y encuentren la vergüenza que, allá
arriba, perdieron por un puesto gubernamental… y una nómina personal.
-*-
Usted que trabaja en
medios de comunicación, ¿se acuerda de aquellos tiempos cuando hacer periodismo
era investigar, ir al lugar de los hechos, entrevistar a las “partes
involucradas”, desafiar la “autocensura”, pelear en el comité de redacción por
la publicación -porque usted se comprometió con esas víctimas a dar a conocer
su tragedia; y usted tiene en alta estima el valor de la palabra, por eso
eligió el periodismo-, regresar al lugar y mostrar a esas dolientes la nota
(que a usted le costó la enésima amenaza de despido, -o se lo confirmó,
claro-)?
¿Recuerda cuando las notas
se sacaban de la realidad y no de las redes sociales? ¿Se acuerda de
cuando el gafete de “PRENSA”, más que de orgullo e impunidad, era símbolo de
compromiso ético?
¿No hubo un tiempo en que
peleaba la nota con otros periodistas y no con influencers que
ni siquiera saben redactar la descripción de sus videos? ¿Aquellos días
donde el enemigo era la dádiva, el chayote, el sobre con billetes, la
información no confirmada? Y no como ahora, las amenazas de muerte
-cumplidas no pocas veces-, o los hostigamientos virtuales de bots de
uno y otro signo. Además, claro, del tribunal mañanero con el que el
Supremo reparte bofetadas y caricias.
¿Dónde están los grandes
reportajes, el periodismo de investigación, las notas exclusivas, las preguntas
incisivas, la redacción impecable, la dicción correcta, la imagen donde la nota
no es el periodista sino la realidad?
Seguid el hilo de Ariadna,
tal vez dentro del laberinto encontrareis lo que les hizo elegir el periodismo
como profesión… y maldición.
-*-
En algún rincón del
corazón humano hay una cosa que se llama “empatía”. Esa capacidad de
“ponerse en el lugar del otro” es, en realidad, la capacidad de “ponerse en el
lugar de la víctima”. A veces individualmente y cada vez más en colectivo,
ese sentimiento va más allá y afronta la necesidad de “hacer algo”.
Pero la realidad no da
premios. Si acaso, pesadillas. Así que se necesita valentía para
decir “soy yo y siento que esto no es justo y tengo que decirlo o hacerlo
sentir, sobre todo a las víctimas”.
Son escasos y muy
espaciados los logros que se consiguen. Parecen pequeños, pero para las
víctimas lo son todo. Como lo será para -supongamos, sin conceder-, José
Díaz Gómez, quien de seguro se sorprenderá cuando vea todos los mensajes de
apoyo y solidaridad que, desde los rincones más insospechados de México y el
mundo, convergieron en el esfuerzo de esa ONG -incómoda, como deben ser todas
las ONG-, que asumió la búsqueda de la justicia como lo que es, es decir, un
deber.
Su libertad fue parida por
todas esas voces y acciones que, ojo, convergieron en una demanda sencilla pero
contundente, tan añeja como la humanidad misma: libertad.
-*-
Buscad a las
buscadoras. Se me ocurre, no sé, que tal vez también buscan otro
mañana. Y eso, amigos y enemigos, es luchar por la vida.
Vale. Salud y encuéntrenlas. Urge.
Desde las montañas del Sureste Mexicano.
El Capitán.
Agosto del 2024.
P.D.- Creo que es obvio, pero si
no, pues lo decimos claramente: gracias.
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