viernes, 31 de agosto de 2018

Rincón Zapatista Querétaro invita a la proyección de la película: El Niño y el Mundo. 4 de Septiembre, 6 de la tarde


Otro Cine en el Rincón Zapatista Querétaro

Invita a la proyección de la película:

EL NIÑO Y EL MUNDO

Martes 4 de Septiembre
6:00 de la tarde

Un niño pequeño vive con su familia en una apacible zona rural, hasta que su padre tiene que irse a trabajar a la ciudad. El niño decide emprender un viaje para encontrarlo, una aventura apasionante que le llevará a descubrir otro mundo controlado por la tecnología, las máquinas y los medios de comunicación. Una realidad que mirará con sus ojos de niño, intentando sobrevivir siempre de la manera más juguetona e inocente. Película de animación realizada con diferentes técnicas audiovisuales, que del collage a los gráficos computarizados, retrata los problemas del mundo moderno y el contraste entre el campo y la ciudad a través de una mirada singular.

Rincón Zapatista Querétaro
Arquitectos 327, Colonia El Marques
ENTRADA LIBRE


¡JUSTICIA PARA AYOTZINAPA!

¡LIBERTAD A LOS PRESOS POLÍTICOS!

¡VIVA EL CONSEJO INDÍGENA DE GOBIERNO!

¡VIVA EL CONGRESO NACIONAL INDÍGENA!

¡VIVAN LAS COMUNIDADES AUTÓNOMAS ZAPATISTAS!

¡VIVA EL EZLN!

lunes, 27 de agosto de 2018

LA ÚLTIMA MANTECADA EN LAS MONTAÑAS DEL SURESTE MEXICANO

(Cuento leído durante la clausura del CompARTE POR LA VIDA Y LA LIBERTAD 2018 en el Caracol de Morelia, Torbellino de nuestras palabras, montañas del sureste mexicano.)

LA ÚLTIMA MANTECADA
EN LAS MONTAÑAS DEL SURESTE MEXICANO.

Tal vez fue por una serie de sucesos aleatorios, sin liga aparente entre ellos, que la tragedia se gestó.
  O quizás fue una simple coincidencia, una suerte de azar infortunado.  Como si el destino se diera en alimentar los rumores sobre su existencia, arrojando las piezas de un rompecabezas sobre, claro, las cabezas rotas de humanos y máquinas.
  O acaso la Tormenta (ésa que el zapatismo insiste en señalar y que, como en todo lo que dice, nadie más repara), había incurrido en un “spoiler”, un pequeño adelanto de lo que se avecinaba.  Como si, en el software incoherente con el que parece funcionar la realidad, se hubiera colado un aviso urgente, un “warning” inadvertido, una señal que sólo podría ser detectada e interpretada por los más avezados vigías que, en los rincones del mundo, se empeñan en otear horizontes que, de tan lejanos, ni siquiera aparecen como variable en las frenéticas estadísticas del sistema mundial.  Después de todo, las estadísticas sirven para señalar tendencias que borran dramas cotidianos.  ¿Qué es, después de todo, el asesinato de una mujer?  Una de numeral.  Una más es una menos.  Las estadísticas dirán que se necesitan varios, muchos de esos asesinatos “de género” para incidir apenas en una tendencia: la del desbocado cabalgar del sistema hacia el abismo, derrapando sobre sangre, lodo, escombros, mierda, destrucción.  ¿En el horizonte?  La guerra.  ¿En el sendero andado?  La guerra.  Porque en el sistema capitalista la guerra es el origen, el camino y el destino.
  En fin, tal vez desvarío.  Porque éste es un cuento y hay que cuidar que no se cuelen en él reflexiones tendenciosas, malas ideas, malsanos pensamientos, cavilaciones ociosas, provocaciones.
  Quienes padecieron alguna vez el ver una película con el finado SupMarcos, cuentan que era insoportable.  Bueno, no sólo era insoportable en eso, pero estoy hablando de ver películas.  Bastaba que en el filme apareciera un arma de fuego para que el difunto pusiera “pausa” y se diera una larga y ociosa exposición sobre rasancia, energía, alcance, poder de fuego, y las breves o largas parábolas que un proyectil trazaba en su ruta hacia “el objetivo”.  Poco importaba que, en ese momento pausado, la trama se fuera a resolver, o que quienes veían el filme se angustiaran sin saber si el héroe (o la heroína, no olvidar la equidad de género) se salvaba o no.  No, ahí estaba el inútil derroche de erudición: “ésa es una carabina M-16, calibre 5,56 mm NATO, nombrado así para diferenciar las municiones fabricadas por los países de la Organización del Atlántico Norte, de las del Pacto de Varsovia, y etcétera, etcétera”.  Claro, la compañía cinéfila no sabía qué hacer: si demostraba interés, el finado podría extenderse; si, en cambio, mostraba indiferencia, el difunto podría interpretar que no había sido claro y se explayaría más, llegando, claro, a la guerra fría.  Y entonces el SupMarcos se sentía obligado a explicar que el término “guerra fría” era un oxímoron, una argucia del sistema para obviar la muerte y la destrucción que habían marcado esa época.  Seguía entonces con lo de “cuarta guerra mundial”, y así hasta que las palomitas se enfriaban o se habían convertido en un amasijo de maíz palomero con salsa “Valentina”.
  Bueno, ya me estoy poniendo igual.  El asunto era que, si el SupMarcos asistía a la función, había que ver las películas o las series dos veces: una para padecer las interrupciones, la otra para entender la trama.  Por esto digo que un cuento es un cuento y no una plática política.  Aunque Defensa Zapatista use lo de “plática política” para ocultar las muestras de “violencia de género” que, en forma de zapes, le aplica al estoico Pedrito, el niño que, sin saberlo ni pretenderlo, asume el papel de némesis de la niña y su indefinible gato-perro.
  ¿En qué estaba?  Ah, sí, en los por qué de lo que les narraré más adelante.
  El asunto es que, esa madrugada, confirmé lo que me temía: se habían acabado las mantecadas.  Todas.  Incluso la reserva estratégica (destinada a hacer frente al previsible apocalipsis zombie, a una invasión extraterrestre, o a la caída de un meteorito), estaba en ceros.
  ¿Qué fue lo que pasó?  Pues, como en las tragedias griegas y en los corridos mexicanos, no pasa nada hasta que pasa.
  La Doña Juanita, atrincherada en la cocina del CIDECI, en San Cristóbal de Las Casas, Chiapas, México, se había declarado en huelga: nada de tamales, nada de cuche (cerdo, en Chiapas), nada de tacos y garnachas, nada de batidillos ricos en carbohidratos, grasas y colesteroles.  Y, oh desgracia, nada de mantecadas.  Que ahora pura comida sana, o sea verduras, verduras y más verduras.  Que nada de que nada.  Que resistencia y rebeldía.  Que muera la comida chatarra y el fast food.
  Cuando me enteré, mandé un enlace para convencer a Doña Juanita de que hiciera una excepción; que la entendía, pero que había yo leído en un libro que las mantecadas eran muy nutritivas; que si ella hacía mantecadas, todo iba a quedar “entre nous”, que no se iba a publicar.  El enlace regresó desconsolado: ni siquiera pudo hablar con Doña Juanita, quien estaba fortificada, junto con sus compas de la cocina, cantando el “no, no, nos moverán, y el que no crea que haga la prueba, no nos moverán”.  Le pregunté al enlace que qué había hecho él.  Dijo que se puso a cantar, que se oía bien bonito el coro y agarró una guitarra y acompañó el himno.
  Yo no me dejé derrotar por cuestiones que adjudiqué al rubro “de género”.  Después de todo, Doña Juanita es mujer y hay cosas que las mujeres no entienden.
  Recurrí entonces al arma ultra secreta del ezetalene: el compa Jacinto Canek.
  Muy lejos de estas montañas, pero enclavado en otras, el compa Jacinto Canek le sabe a la cocina.  Hace maravillas con apenas unas cuantas ollas y sartenes.  Pero tiene un don especial para el pan.  Se rumora que hay gente que viaja desde los más diversos rincones del mundo para probar sus panes.  Como una muestra de la “otra globalización”, su repostería ha deleitado el paladar de 5 continentes.
  “El secreto está en que hay que echarle muchos huevos”, me confesó un día el compa Jacinto Canek mientras esperábamos, yo impaciente, que salieran las mantecadas del horno.  Aunque él se refería a los panes, yo dije casi como reflejo: “como a todo, Don Jacinto, como a todo”.
  Por una cuestión de solidaridad de género, confiaba yo en que el compa Jacinto Canek haría honor a su nombre de lucha y aportaría una salida a la grave crisis que se avizoraba.
  Una misión de tal trascendencia requería una postura drástica.  Con el fin de acallar las críticas que ya adivinaba de las feministas, le encargué a la insurgenta Erika que fuera hasta las tierras donde Jacinto Canek defendía a capa y espada sus secretos culinarios.
  Le dije a la Erika que tenía ella una misión muy importante.  Que debía ir donde Jacinto Canek y debería relatarle una leyenda: los más primeros dioses, los que nacieron el mundo, crearon las mantecadas para que los humanos se dieran una idea de lo que era el paraíso.  Pero luego llegó el pinche sistema capitalista con sus Bimbo-Marinela, la Tía RosaWonder y etcétera, y corrompieron el sagrado manjar de los dioses.
  Que quienes hacían pan artesanal eran los custodios de la memoria, los que resguardaban el santo grial que permitía la comunicación entre humanos y dioses.
  Por supuesto que la insurgenta Erika me preguntó qué cosa era “santo grial”.  Le dije que era algo muy importante, sagrado, que de eso dependía el destino de la humanidad.
  La Erika se burló diciendo “Nah, qué va a ser, seguro lo inventaste, Sup, nomás porque quieres mantecadas”.
  Yo puse cara de “me ofendes”, y la despaché con las amonestaciones de rigor.
  Después de jornadas que imagino agotadoras, la insurgenta Erika regresó con una gran bolsa de pan.  No pude evitarlo: aplaudí.  Y debo confesar que mis hermosos ojos se humedecieron agradecidos.
  Sin responder al saludo de la Erika, le arrebaté la bolsa y vacié su contenido en la mesa.  Nada.  Había conchas, trenzas, orejas, moños, polvorones, bolillos, teleras, chilindrinas, marquesotes, pan de elote, empanadas, hojaldras (sin agraviar a quienes leen), cemitas, donas, y hasta el mal llamado “pan de amor”.  Pero ni una mantecada, ni una sola.
  El horror.
  Me derrumbé sobre la silla, con un sabor amargo llenándome la vida.
  Entonces la insurgenta Erika sacó de su morraleta otra bolsa, más pequeña.  Envuelta con plásticos y papeles, apareció ¡una mantecada!
  “Que sólo alcanzó a hacer ésa”, me aclaró la Erika, “que ya no hizo más porque está echando baile con su mujer.  Que a ver hasta cuándo”.
  Se fue la insurgenta Erika.
  Con extremo cuidado, como si de una valiosa pieza de fino cristal se tratara, coloqué la mantecada sobre la mesa.
  Con todo eso de la Tormenta, la Hidra y el apocalipsis-todo-incluido de mi hermano bajo protesta, me puse ídem y sentencié:
  “He aquí la última mantecada en las montañas del sureste mexicano”.
  No sabía si comerla o hacerle un altar, un homenaje premonitorio a lo que eso significaba: el fin de una época, la inapelable sentencia del destino, el enojo de dioses desconocidos, el desdén avistado en una mirada deseada, el daño colateral de la guerra capitalista.
  La miré, sí.  La miré con lujuria mal disimulada.  Con cuidado mis dedos apenas rozaron sus contornos azucarados, la hendidura circular que enaltecía el seno unívoco del ser unigénito, la voluptuosa figura que no sólo decía sino que gritaba: “soy una mantecada, pero no cualquier mantecada, soy la última mantecada”.
  En eso estaba yo, o sea que calculando si en la tienda cooperativa tendrían conocido refresco de cola con el cual honrar la última mantecada, cuando, como si faltara ratificar la desgracia, aparecieron en la puerta…
  Defensa Zapatista y el gato-perro.
  Me puse de pie tan rápido como pude y, tratando de tapar con el cuerpo el obscuro objeto de mi deseo, empecé a balbucear incoherencias:
  “Eh, no, no hay una mantecada sobre la mesa.  No, no la estoy escondiendo.  No, no hay nada detrás mío.  Eh, hace mucho calor, y el zancudo está muy bravo, creo que va a llover.  ¿Piensas que va a llover?
  Creo que Defensa sospechó algo, porque me dio la vuelta como si tal y vio la mantecada.
  Me miró con reprobación y sentenció:
  “Tienes que compartir, Sup”.
  El gato-perro ladró o maulló, a saber, pero supongo que apoyando a Defensa Zapatista.
  Imagino que sintiéndose convocada por la palabra “mantecada”, apareció, a saber de dónde, una niña que trataba de alcanzar la mantecada con una manita mientras con la otra sostenía un osito de peluche.
  La aparté de la mesa y, siguiendo el modo del finado, le pregunté:
  “¿Tú quién eres?, no te conozco”.
  “Yo me llamo Esperanza y me apedillo “zapatista” y éste es un mi osito y tenemos hambre”.
  Al escuchar el nombre de la niña, yo no dejé de apreciar la reiteración de las paradojas en estas tierras.
  La Esperanza Zapatista se retiró después de varios intentos de lo que la nueva teoría social llamaría “acumulación por despojo de mantecadas”, una fase aún en desarrollo del capitalismo.
  Defensa y el gato-perro me miraban con más de 500 años de reclamos, esperando lo imposible: que yo les compartiera la última mantecada de las montañas del sureste mexicano.
  “No se puede”, me defendí con torpeza, “sólo hay una.  Viera que hay dos o más pues se puede repartir, pero como sólo hay una, pues no se puede compartir, sólo es para uno”.
  Subrayé el “uno” para marcar la diferencia de género: el “uno” dejaba fuera a Defensa Zapatista, a Esperanza y al gato-perro, el cual, si no sabe si es perro o gato, menos va a saber si es masculino o femenino.
  Siguiendo la quinta ley de la dialéctica (nota: la primera ley de la dialéctica es “todo tiene que ver con todo”; la segunda es “una cosa es una cosa y otra cosa es no me chingues”; la tercera es “chingue su madre el universo y la materia”; la sexta es “no hay problema lo suficientemente grande como para no darle la vuelta”)…
  Les decía que la quinta ley de la dialéctica señala que siempre puede llover sobre mojado, y, para confirmarla, reapareció la Esperanza Zapatista, ahora acompañada de dos niños zapatistas: uno portaba un sombrero vaquero más grande que él y se presentó con un “yo soy el Pablito”; el otro traía un sombrero modelo “Don Ramón en el Chavo del 8”, aunque también parecía un casco de estambre, y dijo que él era “Amado, el Amado Zapatista” (quise darle un zape por suplantarme).
  Viéndome en desventaja numérica, analicé mis posibilidades:
  Podía, por ejemplo, ponerme en el clásico “modo matanga dijo la changa”, tomar la mantecada y huir en lo que, en la teoría militar, se llama “repliegue estratégico”.
  Opción desechada: el comando infantil zapatista me tenía rodeado.
  Podía atropellarlos, siguiendo el modo del Fondo Monetario Internacional frente a gobiernos progres y no progres, pero corría el riesgo de tropezar y que el santo grial cayera.  Eso le daría ventaja al gato-perro, cuya habilidad para tomar lo caído ya había sido demostrada en otro cuento que les narraré en otra ocasión.
  Opté entonces por la demagogia en boga y, dirigiéndome al comando infantil, les solté:
  “Miren, tienen que entender la coyuntura, la correlación de fuerzas no es favorable.  No es tiempo para radicalismos.  Es mejor una transición pausada, esperar, por ejemplo, a que haya más mantecadas y entonces sí.  Pero ahora ustedes deben esperar con paciencia.  Por ejemplo, si ya hay una niña que se llama “Defensa Zapatista” y otra que se llama “Esperanza Zapatista”, puede ser que haya una que se llame “Paciencia Zapatista”.  Entonces, vayan a buscarla y, cuando la encuentren, le echan la plática política y entonces pues ya vemos”.
  “No hay”, respondió Defensa Zapatista, y agregó con malicia: “pero hay una compañerita que se llama “Calamidad”, o sea que es “La Calamidad Zapatista”.  Ahí lo veas si la traemos.”
  Un estremecimiento sacudió por entero mi sensual cuerpo.
  Desesperado, me di cuenta de que mis argumentos no convencían.
  Imaginé entonces el cataclismo terminal: una multitud de niñas y niños zapatistas rodeando mi champa, la otrora comandancia general del ezetaelene; insultos en diferentes lenguas de origen maya; Defensa Zapatista ordenando “traigan ocote”; Esperanza sacando, a saber de dónde, un encendedor, mientras su osito, os lo juro, se transformaba en “Chuky, el muñeco diabólico”; el gato-perro ladrando y maullando; el Pedrito bailando con la promotora de educación y el Pablito cantando la del moño colorado y el Amado haciendo la segunda voz (sí, los varones siempre en otro canal); los ocotes encendidos democratizándose; las primeras llamas lamiendo las tablas y creando un cerco de fuego dentro del cerco infantil; y yo, heroico, abrazando la mantecada, dispuesto a morir antes de entregar “my tresaure” a esa masa irreverente que apenas levantaba unos palmos del suelo.
  Era inútil tratar de dividirlos y llevarlos a enfrentarse entre sí: la mantecada los unía y yo no podía cederla.
  Podría, es cierto, arrojarla y, aprovechando la confusión, buscar refugio.  Pero dudo que se abalanzaran por la mantecada.  Seguro seguirían su tradición de compartir incluso lo poco que tienen, tal y como la pandilla del finado SupMarcos hacía después de asaltar la tienda “La Nana Zapatista” en La Realidad ídem.
  Pero ni hablar, era mi mantecada.  Ella y yo estábamos unidos por el destino.  En mis pensamientos rondaban los antiguos escritos (que yo redacté): “en el principio de los tiempos, los dioses crearon la mantecada y vieron que la mantecada era buena y entonces crearon al Sup para que de ella se regocijara y se la zampara sin compartir”.  Ergo, la mantecada era de mi propiedad por mandato divino y esos enanos y enanas herejes pretendían despojarme de ella, cometiendo así el más grande pecado: desafiar la propiedad privada de la mantecada, que, como todos saben porque viene en todos los libros de historia, es el fundamento de la civilización, el orden y el progreso.
  El futuro de mi mundo estaba en juego.  Si yo compartía mi mantecada, la humanidad volvería a la edad de piedra, a un mundo sin internet, sin redes sociales, sin las películas y series en stream y, horror de horrores, sin helado de nuez.
  Entendí entonces que en mi hermoso y bien formado cuerpo residía la última oportunidad del ser humano.
  Si yo compartía la mantecada, cosas terribles podrían suceder.  Por ejemplo, las mujeres podrían rebelarse.  No una, ni dos.  Todas.  Millones de Defensas, Esperanzas y Calamidades Zapatistas surgiendo por todos los rincones del planeta.
  El apocalipsis.
  La destrucción total del mundo tal y como lo conocemos.
  El fin de los tiempos.
  La catástrofe final.
  Me estremecí.
  Entonces cometí un error del que no me cansaré de arrepentirme: sin que fuera necesario, solté:
  “Además, es la última”.
  “¡La última!”, repitió la niña con alarma y sorpresa.
  Quedó pensando Defensa Zapatista. Yo sentí un escalofrío recorrer todo mi voluptuoso cuerpo.  Nada hay más temible que una niña pensando.
  Defensa Zapatista rompió el silencio:
  “Está bueno, entonces vamos a jugar y quien gane se queda con la mantecada”.
  Yo quise alegar que no tenía por qué jugar a nada apostando mi mantecada, porque era mía, mía de mí-me-conmigo, my tresaure, el producto de mi esfuerzo… (bueno, el esfuerzo había sido del compa Jacinto Canek, pero por solidaridad de género y en su representación, me tocaba a mí).
  Mientras construía el alegato de mi defensa, la ídem zapatista, añadió:
  “Y en honor del gato-perro aquí presente, el juego va a ser “gato”.  Quien gane, gana la mantecada”.
  Al escuchar eso, suspendí en la cabeza mi brillante disertación jurídico-gastronómica, y pregunté:
  “¿Gato?  ¿Ése que se juega con bolitas y cruces y gana el que hila una línea horizontal, vertical o diagonal?
  “Éste”, dijo la niña y trazó en su cuaderno la cruz de paralelas del “gato”, el juego de mi infancia que, al jugarlo unas veces, se adivinaba sin ganador.
 Si quien lee este cuento es de la llamada “generación digital”, le ahorro la consulta en wikipedia:
  “El tres en línea, también conocido como Ceros y Crucestres en raya (en Perú, España, Ecuador y Bolivia), juego del gatoTriqui (en Colombia), CuadritosGato (en Chile y México),Triqui trakaEquis CeroTic-Tac-Toc (en Estados Unidos), es un juego de lápiz y papel entre dos jugadores: O y X, que marcan los espacios de un tablero de 3×3 alternadamente.”
  Yo hice con rapidez mis cálculos y aventuré:
  “¿Y si hay empate?
  Defensa Zapatista miró al gato-perro.  El gato-perro miró a Defensa Zapatista.  Esperanza miró a ambos.  Pablito y Amado miraron la mantecada.
  Después de unos segundos, el gato-perro ladró-maulló.  La niña Defensa, dirigiéndose al animalito, preguntó:
  “¿Estás seguro?
  El gato-perro resopló con aires de “no sé qué te hace dudar de mí”.
  La niña me dijo entonces: “si hay empate, la mantecada queda con quien la tenía al principio”.
  “O sea yo”, dije asegurándome de que no hubiera trampas jurídicas en el acuerdo.
  “”, dijo despreocupada Defensa Zapatista.
  “Bueno”, dije yo, saboreando de antemano por partida doble: el triunfo de género y la mantecada que no era cualquier mantecada, era la última mantecada en las montañas del sureste mexicano.
  “Entonces, ¿empiezas tú o yo?”, le pregunté a la niña mientras sacaba una hoja en blanco y mi plumón negro con tinta indeleble.
  “Yo no voy a jugar.  Reclamo juicio por combate.  Elijo al gato-perro aquí presente como mi campeón.  Él va a luchar en mi lugar”, respondió Cersei, perdón, Defensa Zapatista.
  “De acuerdo”, dije confiado.  Después de todo, eso me aliviaría de las críticas de género por haberle ganado a una niña, y el gato-perro, bueno, era un gato-perro, así que no había nada qué temer.
  El animalito se trepó de un salto a la mesa de madera, apartó con un ademán despectivo el papel y, con lo que yo creí era una sonrisa burlona, sacó sus uñas y, como un relámpago, trazó sobre la superficie de la mesa el campo de batalla.
  No es que yo me queje de que rasguñó la mesa, después de todo está llena de quemaduras y manchas de tabaco y tinta, pero me pareció algo, digamos, poco profesional por parte del gato-perro.
  Así las cosas, saqué mi navaja de montaña y desplegué su afilada hoja con un brillo maléfico en la mirada.
  En el relámpago de la hoja de metal, el universo entero pareció detenerse, como si su movimiento o inmovilidad futuros dependiera de lo que en esa vieja mesa de madera se dirimía: cara o cruz, vida o muerte, sombra o luz, mantecada o caos.
  Ok, exagero, pero el gato-perro y quien esto relata intercambiamos las mismas miradas que, por siglos, intercambian los contrincantes que saben que, en un enfrentamiento, no sólo se juegan la vida, sino el mañana entero.
  El gato-perro tendió la mano, bueno, la garra, como cediéndome el inicio, al menos así lo interpreté.
  Con decisión, emulando a Kasparov, tracé mi bolita en el centro.  Aunque yo sabía que el centro no conduce a nada, pensaba yo para mis adentros que, en este caso, un empate era una victoria, porque la mantecada permanecería con su legítimo dueño, es decir, con mi estómago.
El gato-perro, como si llamara a la Sexta de su lado, marcó abajo y a la izquierda.
Yo quise abreviar su sufrimiento y reiteré el centro, pero abajo, muy en la onda progresista.
El gato-perro, como era de esperarse, bloqueó sin miramientos arriba al centro, como queriendo decir que al centro de abajo siempre lo neutraliza el centro de arriba.
  Ataqué por el flanco izquierdo, queriendo sorprender al gato-perro, pero bloqueó de nuevo.
  Por último, previendo ya el empate, intenté la diagonal de arriba abajo, izquierda a derecha, como la socialdemocracia en decadencia.
Nuevo bloqueo del gato-perro.
Terminé arriba a la derecha, ya por mero trámite porque el empate estaba a la vista y mi triunfo era ya inobjetable.
  Me disponía a guardar en el cajón la mantecada, cuando Defensa Zapatista alegó:
  “¡Un momento!  Le falta una tirada al gato-perro”.
  “Pero ya está lleno”, dije como protesta.
  El gato-perro sonrió con picardía y, con sus uñas más afiladas, trazó lo no previsto: como si un mundo nuevo dibujara, agregó extensión al diagrama:
  Y lentamente, con placer malsano, rasgó la cruz en la nueva casilla y os juro que la madera rechinó, lúgubre, cuando trazó la diagonal del triunfo.
  “¡Ganamos!”, gritó Defensa Zapatista y tomó la mantecada mientras el animalito daba brinquitos girando sobre sí mismo.
    Salieron corriendo, con Defensa Zapatista levantando al aire la mantecada como si una bandera universal ondeara.
  Antes de irse, Esperanza Zapatista, haciendo honor a su paradoja, se acercó y me palmeó en la espalda mientras me decía:
  “No preocupas Sup.  Yo luego te platico cómo sabía el pancito ése que te derrotó el gato-perro”.
  Se fue también la Esperanza y, con ella, mi última ídem.
  Mientras les miraba alejarse, pensé que ése es el problema con el zapatismo, créanme: si sus sueños y aspiraciones no caben en este mundo, imaginan otro nuevo… y sorprenden con sus empeños por lograrlo.
  Y no sólo con el zapatismo.
  En el planeta entero nacen y crecen rebeldías que se niegan a aceptar los límites de esquemas, reglas, leyes y preceptos.
  Porque no son sólo dos los géneros, ni siete los colores, ni los puntos cardinales son cuatro, ni uno el mundo.
  Así como Defensa Zapatista, el gato-perro y la pandilla formada por el Pedrito, el Pablito y el Amado, nosotras, nosotros, nosotroas sólo tenemos un objetivo: cuidar la Esperanza Zapatista.
  Si este mundo no da para eso, pues habrá que hacer otro, uno donde quepan muchos mundos.
  Con estos pensamientos, yo suspiré y le dije al espejo: “debiste haber compartido”.

-*-

Tan-tan.

Desde el caracol Torbellino de Nuestras Palabras, montañas del sureste mexicano, planeta tierra.

El SupGaleano.
Agosto del 2018,
en el 15 aniversario de los caracoles zapatistas
y las Juntas de Buen Gobierno.

viernes, 24 de agosto de 2018

Rincón Zapatista Querétaro Invita a la proyección del documental: Cuando La Tierra Se Convierte En Mercancía. 28 de Agosto, 6 pm


Otro Cine en el Rincón Zapatista Querétaro

Invita a la proyección del documental:

Cuando La Tierra Se Convierte En Mercancía

Martes 28 de Agosto
6:00 de la tarde

El documental retrata la amenaza a las comunidades indígenas en el sur de México a través de monocultivos, proyectos de reasentamiento poblacional en supuestas “sustentables” ciudades rurales, proyectos de turismo y represión, así como la resistencia de los pueblos sustentada en la autorganización, el trabajo comunitario con dignidad.

Rincón Zapatista Querétaro
Arquitectos 327, Colonia El Marques
ENTRADA LIBRE


¡JUSTICIA PARA AYOTZINAPA!

¡LIBERTAD A LOS PRESOS POLÍTICOS!

¡VIVA EL CONSEJO INDÍGENA DE GOBIERNO!

¡VIVA EL CONGRESO NACIONAL INDÍGENA!

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¡VIVA EL EZLN!

miércoles, 22 de agosto de 2018

300. Tercera y última parte: UN DESAFÍO, UNA AUTONOMÍA REAL, UNA RESPUESTA, VARIAS PROPUESTAS, Y ALGUNAS ANÉCDOTAS SOBRE EL NÚMERO “300”. Subcomandante Insurgente Moisés, SupGaleano

300.
Tercera y última parte:
UN DESAFÍO, UNA AUTONOMÍA REAL, UNA RESPUESTA, VARIAS PROPUESTAS, Y ALGUNAS ANÉCDOTAS SOBRE EL NÚMERO “300”.
  ¿Qué sigue?
  Remar contra corriente.  Nada nuevo para nosotras, nosotros, nosotroas, zapatistas.
  Nosotros queremos refrendar -lo consultamos con nuestros pueblos-: cualquier capataz va a ser enfrentado, cualquiera; y no sólo quien propone una buena administración y una correcta represión -o sea, este combate a la corrupción y el plan de seguridad basado en la impunidad-; también quienes detrás de sueños vanguardistas pretendan imponer su hegemonía y homogeneizarnos.
  No cambiaremos nuestra historia, nuestro dolor, nuestra rabia, nuestra lucha, por el conformismo progre y su caminar detrás del líder.
  Tal vez el resto lo olvide, pero nosotros no olvidamos que somos zapatistas.
  Y en y sobre nuestra autonomía -con esto que se está manejando de que sí se va a reconocer, o no se va a reconocer-, nosotros hicimos este razonamiento: la autonomía oficial y la autonomía real.  La oficial es la que reconozcan las leyes.  La lógica sería ésta: tienes una autonomía, ahora la reconozco en una ley y entonces tu autonomía empieza a depender de esa ley y ya no sigue sosteniendo sus formas, y luego, cuando va a haber un cambio de gobierno, entonces tienes que apoyar al gobierno “bueno”, y votar por él, promover el voto por él, porque si entra otro gobierno van a quitar la ley que te protege.  Entonces nos convertimos en los peones de los partidos políticos, como ha pasado con movimientos sociales en todo el mundo.  Ya no importa lo que se esté operando en la realidad, lo que se esté defendiendo, sino lo que la ley reconozca.  La lucha por la libertad se transforma así en la lucha por el reconocimiento legal de la lucha misma.
-*-
  Hablamos con nuestras jefas y jefes.  O más bien hablamos con los pueblos que nos dan el paso, el rumbo y el destino.  Con su mirada miramos lo que viene.
  Consultamos, y dijimos: bueno, si nosotros decimos esto ¿qué va a pasar?
  Nos vamos a quedar solos, nos van a decir que somos marginales, que estamos quedándonos fuera de la gran revolución… de la cuarta transformación o de la nueva religión (o como quieran llamarla), y vamos a tener que remar contra corriente otra vez.
  Pero no es nada nuevo, para nosotros y nosotras, eso de quedarnos solos.
  Y entonces nos preguntábamos, bueno, ¿tenemos miedo de esto de quedarnos solos?; ¿tenemos miedo de mantenernos en nuestras convicciones, de seguir luchando por ellas?; ¿tenemos miedo de que, quien estaba a favor, se ponga en contra?; ¿tenemos miedo de no rendirnos, de no vendernos, de no claudicar?; y finalmente concluimos: bueno pues nos estamos preguntando si es que tenemos miedo de ser zapatistas.
  No tenemos miedo de ser zapatistas y lo vamos a seguir siendo.
  Así fue que nos preguntamos y nos respondimos.
  Nosotros pensamos que junto con ustedes (las redes), con todo en contra, porque no tenían los medios, ni el consenso, ni la moda, ni la paga –ustedes tuvieron incluso que poner paga de su bolsillo-, que con todo eso, alrededor de un colectivo de originarios y de una mujer pequeña, chaparrita, ésa sí morena, del color de la tierra, denunciamos un sistema depredador y defendimos la convicción de una lucha.
  Y entonces estamos buscando a otras personas que no tengan miedo.  Así que les preguntamos a ustedes (las redes): ¿tienen miedo?
  Ahí lo vean pues, si sí tienen miedo, pues vamos a buscar en otro lado.
-*-
  Nosotros pensamos que debemos seguir del lado de los pueblos originarios.
  Tal vez algunas de las redes todavía piensan que estamos apoyando a los pueblos originarios.  Van a ver, conforme avance el tiempo, que va a ser al revés: nos van a apoyar con su experiencia y sus formas organizativas, o sea, vamos a aprender.  Porque si alguien hay experto en tormentas son los pueblos originarios, ya les han tirado de todo y ahí están, o aquí estamos, pues.
  Pero pensamos también -y les decimos claro, compañer@s- que no basta, que tenemos que incorporar a nuestro horizonte nuestras realidades con sus dolores y sus rabias, o sea, que tenemos que ir caminando hacia la siguiente etapa: la construcción de un Concejo que incorpore las luchas de todos los oprimidos, de los desechables, de las desaparecidas y asesinadas, de los presos políticos, de las mujeres agredidas, de la niñez prostituida, de los calendarios y geografías que trazan el mapa imposible para las leyes de probabilidad, las encuestas y las votaciones: el mapa contemporáneo de las rebeldías y las resistencias en todo el planeta.
  Si ustedes, junto con nosotros, vamos a desafiar la ley de probabilidad que dice que no hay ninguna chance, o muy pequeña, de que lo logremos, si vamos a desafiar las encuestas, los millones en las votaciones, y la numeralia que el Poder ofrezca para rendirnos o para desmayarnos, tenemos que hacer más grande el Concejo.
  Hasta ahora es sólo un pensamiento que expresamos aquí, pero queremos construir un Concejo que no absorba ni anule todas las diferencias, sino que las potencie en el andar con otroas, otros y otras que tengamos el mismo empeño.
  Con el mismo razonamiento, estos parámetros no debieran tener como límite la geografía impuesta por fronteras y banderas: debiera apuntar a hacerse internacional.
  Lo que estamos proponiendo es no sólo que el Concejo Indígena de Gobierno deje de ser sólo indígena, sino que también deje de ser nacional.
  Por lo tanto, nosotras, nosotros, nosotroas, como zapatistas que somos, proponemos que se lleve a consulta, además de todas las propuestas que se han vertido en este encuentro, lo siguiente:
1º.- Refrendar nuestro apoyo al Congreso Nacional Indígena y al Concejo Indígena de Gobierno.
2º.- Crear y mantener canales de comunicación abiertos y transparentes entre quienes nos conocimos en el andar del Concejo Indígena de Gobierno y su vocera.
3º.- Iniciar o continuar el análisis-valoración de la realidad en que nos movemos, haciendo y compartiendo dichos análisis y valoraciones, así como las propuestas de acción coordinadas que se deriven.
4º.- Proponemos el desdoblamiento de las Redes de Apoyo al CIG para, sin dejar el apoyo a los originarios, abrir ya el corazón a las rebeldías y resistencias que emergen y perseveran en donde cada quien se mueve, en el campo y la ciudad, sin importar las fronteras.
5º.- Iniciar o continuar la lucha que apunte a engrandecer las demandas y el carácter del Concejo Indígena de Gobierno, de modo que vaya más allá de los pueblos originarios e incorpore a trabajadores del campo y de la ciudad, y a l@s desechables que tienen historia y lucha propias, es decir, identidad.
6º.- Iniciar o continuar el análisis y discusión que apunte al nacimiento de una Coordinación o Federación de Redes, que evite el mando centralizado y vertical, y que no escatime el apoyo solidario y la hermandad entre quienes la forman.
7º y último.- Celebrar una reunión internacional de redes, como quiera que se llamen -nosotros proponemos que ahora nos llamemos Red de Resistencia y Rebeldía… y cada quien su nombre- en diciembre de este año, después de conocer y analizar y evaluar lo que decidan y propongan el Congreso Nacional Indígena y su Concejo Indígena de Gobierno (en su reunión de Octubre de este año), y también para conocer los resultados de la consulta a la que se llama en esta reunión -en la que estamos ahorita-.  Para esto ofrecemos, si les parece, espacio en alguno de los Caracoles Zapatistas.
  Nuestro llamado pues, no es sólo a los originarios, es a todoas, a todas y a todos quienes se rebelan y resisten en todos los rincones del mundo.  A quienes desafían los esquemas, las reglas, las leyes, los preceptos, los números y los porcentajes.
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Anécdota uno.- En los primeros días de enero de 1994, la inteligencia del Ejército Federal estimaba la fuerza del autodenominado ezetaelene en “sólo” 300 transgresores de la ley.
Anécdota dos.- En el mismo año, y mientras Ernesto Zedillo Ponce de León y Esteban Moctezuma Barragán cocinaban la traición de febrero de 1995, el grupo Nexos (dedicado antes a cantar loas a Salinas de Gortari y después a Zedillo) se desesperaba y, en voz de Héctor Aguilar Camín, expresaba, palabras más, palabras menos: “¿Por qué no los aniquilan?  Sólo son 300”.
Anécdota tres.- Del informe de la mesa de registro en el Encuentro de Redes de Apoyo al CIG y su vocera, realizado en el caracol zapatista “Torbellino de Nuestras Palabras”, del 3 al 5 de agosto del 2018: “asistentes: 300”.
Anécdota cuatro: Ingresos de las 300 empresas más poderosas del planeta: ni idea, pero puede ser un 300, o cualquier número, seguido de un chingo de ceros, y luego “millones de dólares”.
Anécdota cinco.- Cantidades y porcentajes “alentadores”:
.- la diferencia cuantitativa entre 300 y 30, 113,483 (que son los votos que, según el INE, obtuvo el candidato AMLO) es: treinta millones, ciento trece mil, ciento ochenta y tres;
.- 300 es el 0.00099623 % de esos más de 30 millones;
.- 300 es el 0.00052993 % de los votos emitidos (56, 611,027);
.- 300 es el 0.00033583 % del padrón electoral (89, 332,032);
.- 300 es el 0.00022626 % del total de la población mexicana (132, 593,000, menos las 7 mujeres que, en promedio, son ultimadas diariamente –en la última década, en México y en promedio, una niña, jóvena, adulta o mujer de la tercera edad, fue asesinada cada 4 horas-);
.- 300 es el 0.00003012 % de la población del Continente Americano (996, 000,000 en 2017);
.- la probabilidad porcentual de destruir el sistema capitalista, es del 0.000003929141 %, que es el tanto por ciento de la población mundial (7, 635, 255,247 a las 19:54 hora nacional del 20 de agosto del 2018), que representan 300 (claro, si es que las supuestas 300 personas no se venden, no se rinden y no claudican).
  Oh, lo sé, ni la tortuga derrotando a Aquiles serviría de consuelo.
  ¿Y un caracol?…
  ¿La Bruja Escarlata?…
  ¿El gato-perro?…
  Deje usted eso, a nosotras, nosotros, zapatistas, lo que nos desvela no es el desafío que plantea esa ínfima probabilidad, sino cómo va a ser el mundo que siga; el que, sobre las cenizas aún humeantes del sistema, empiece a emerger.
  ¿Cuáles van a ser sus formas?
  ¿Se hablarán colores?
  ¿Cuál será su tema musical? (¿eh? ¿“la del moño colorado”?  Ni pensarlo).
  ¿Cuál será la formación del equipo, completado al fin, de Defensa Zapatista?  ¿Podrá alinear el osito de peluche de Esperanza Zapatista, haciendo mancuerna con el Pedrito?  ¿Le permitirán al Pablito portar su sombrero vaquero y al Amado Zapatista su casco de estambre?  ¿Por qué ese maldito árbitro no marca el claro fuera de lugar del Gato-perro?
  Y, sobre todo, y eso es fundamental, ¿cómo se va a bailar ese mundo?
  Por eso, cuando a nosotras, nosotros, zapatistas, nos preguntan “¿qué sigue?”… pues, ¿cómo le diré?… no respondemos luego, sino que tardamos en responder.
  Porque, viera usted, bailar un mundo da menos problemas que imaginárselo.
Anécdota seis.- Ah, ¿usted pensó que lo de “300” era por el filme del mismo nombre y por la batalla de las Termópilas, y ya se preparaba, vestid@ como Leónidas o como Gorgo (cada quien su modo), para gritar “¡Esto es Esparta!” mientras diezma las tropas de los “Inmortales” del rey persa Jerjes?  ¿No le digo?  Est@s zapatistas, como de costumbre, viendo otra película.  O peor aún, mirando y analizando la realidad.  Ni modos.
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  Es todo…por ahora.
Desde las montañas del Sureste Mexicano.

Subcomandante Insurgente Moisés.                     Subcomandante Insurgente Galeano.
México, agosto del 2018.