La Calamidad Zapatista.
(Que narra la historia del
encuentro del SupGaleano y la Calamidad, con el agregado de la Historia del
Maíz Palomero y, en la sección deportiva: el primer partido de futbol mundial;
así como otros infelices -para el Sup- acontecimientos)
Notas de cabeza de página (nomás
por joder a las de pie de página):
(1) Una primera versión de
esta historia fue contada, de viva voz, en el Segundo Puy ta Lecuxlejaltic,
celebrado en el Caracol de Tulan Kaw en diciembre del 2019. Como texto
era inédito, hasta ahora. En esta versión se mantiene el corpus original
y se agregan algunos detalles que pueden ayudar o no a que más de uno se
desespere, acostumbrado como está, tal vez, a lecturas mínimas en ideas y
extensión. Es posible que usted detecte algunos spoilers sobre lo que
ahora se conoce como “Travesía por la Vida”. No preocupar,
suele suceder que el zapatismo enuncie cosas que no han sucedido todavía.
Esa irresponsabilidad zapatista es ya legendaria, así que deje de quejarse y
mal hablar.
(2) Lamentablemente, este
texto no tiene los efectos especiales que se usaron en el mencionado caracol, y
que le valieron, al SupGaleano, 7 nominaciones para “La Palomita de Cartón”,
máximo galardón que se entrega a quien mayor número de tazones de palomitas de
maíz , con harta salsa picante, consuma… sin recurrir a antiácidos. Nivel
“con o son película”.
(3) Warning:
las siguientes narraciones pueden contener imágenes que escandalicen a quienes
carecen de imaginación, inteligencia y cosas igualmente sin valor en la
modernidad. No se recomienda su lectura a adultos mayores de 21 años, a
menos que sean supervisados por infantes menores de 12 años. ¡¿Cómo?! ¿Va
usted a leer a pesar de esta seria advertencia? No le digo, si ya no hay
valores, oiga.
(4) La narración está
inspirada en hechos reales. Los nombres se mantienen para deslindar
responsabilidades ante la Comisión de Justicia de la Junta de Buen
Gobierno… ¿Qué?, ah, claro, puede usted dudar de la veracidad de lo que
aquí se narra, pero… ¿no dudó usted también de que los zapatones iban a invadir
Europa? ¿Ah, verdad? Todos los seres que aquí se detallan, existen en la
realidad. Si alguien no se imagina que esto sea posible, no es culpa de
la realidad. Más bien es que le falta imaginación.
(5) ¿Eh?, no, no le estoy
regañando, estoy, como quien dice, dándole el contexto de lo que sigue y que
es…
-*-
Ésta es la historia de una
niña zapatista a la que nadie quería, porque era, y es, diferente entre los
diferentes.
La niña que les cuento
nació en una comunidad indígena zapatista. El nombre de su pueblo, región
o zona, no importa ahora.
Lejos de los espejos
siempre, ella creció mirando y escuchando el mundo a través de la mirada y el
oído de otras niñas y niños. Ella nació grande y es una niña
grande. Y cuando digo grande, me refiero a su tamaño, su estatura y peso,
no a su edad cronológica. Pero, como ya les dije que miraba según la
mirada de las niñas y niños de su edad, ella no era consciente de su
diferencia.
En su idea de sí misma,
ella era tan pequeña como el resto de las niñas y niños de su generación, ahora
entre 3 y 6 años de edad.
Cuando nació, se cayó a
los pocos días. Ya saben ustedes que la costumbre de las mujeres
indígenas es que, después del parto, no tardan en reincorporarse a sus
trabajos. Con el reboso cargan a la cría como mamá canguro, ahí el
producto o producta come, duerme y hace las necesidades que
llaman primarias (o sea 25 y 50 –orinar y defecar, para los
neófitos-). Con la creatura incorporada a su propio cuerpo, la mujer
maniobra con el reboso mientras hace sus trabajos, y, no pocas veces, se tercia
el reboso a la espalda. Ergo, las mamaces son superiores
a las canguras.
En fin, esto le da a la
creatura una superioridad sobre quien la creó, porque puede mirar lo que su
madre no. Así, la cría mira lo que mira la mamá cuando la trae al frente;
y mira lo que no mira su madre, cuando está a su espalda. Y ambas
perspectivas sin abandonar la cercanía íntima con su creadora.
Esta doble mirada, que les
puede parecer normal a quienes nacen, crecen, viven y mueren en una comunidad
indígena, le permite a la creatura escapar de la censura. Es decir, puede
mirar cosas que tal vez la madre no quiere que mire, o no todavía.
Oh, lo sé. Estoy
especulando desde el mundo adulto sobre el mirar de la niñez temprana, pero esto
es un cuento o una historia que ustedes nunca sabrán si ocurrió u ocurre
realmente; o fue inventada en esas madrugadas solitarias, pobladas de café y
humo de tabaco, que se reiteran en las montañas del sureste mexicano.
Así que, volviendo a la
niña, sus primeros días no se diferenciaban mucho de los del resto: en veces
miraba lo que miraba la madre: el fogón, el altero de leña, la olla, los
platos, la cuchara, el arroyo y la cubeta, los animales, el creador cómplice
(“papá”, le dirá después) y, tal vez, las demás creaturas de diversos tamaños
que corrían y trabajaban y a quienes llamará luego “hermanos” o “hermanas”, y
serán su primer conflicto. Porque, como todos ustedes saben, hermanos que
no pelean entre sí, no son hermanos.
Cuando le tocaba estar a
la espalda, la niña miraba otro mundo. Ahí podría ser que le diera miedo
lo que aparecía y se refugiara dentro del reboso, tal vez pensando: “no,
demasiada información, ahora debo concentrarme en lo esencial en este mundo:
llorar, comer, cagar, dormir, repite”.
O podría ser que no se
escondiera. Podría ser que sus ojos se abrieran más y sus manitas
trataran de alcanzar el vuelo de un ave, o a ese pato (sin agraviar) que, sí,
caminaba muy otro pero, ¿quién era ella para criticar, si ni siquiera sabía que
esas dos cosas que tenía al final inferior de su cuerpo servían para algo más
que tratar de meterlas en la boca?
Lo que pasó le pudo
pasar a cualquiera. La madre, atareada en acomodar la leña, se terció a
la espalda el reboso y no se dio cuenta de que, en el movimiento, quedó
expuesta la parte inferior y la niña, como les dije que era grande y pesada, se
resbaló y cayó al suelo con un “plop” casi imperceptible, porque el
charco con lodo en el que aterrizó aminoró el impacto.
No todos los accidentes
son desafortunados. A la niña no le dio tiempo de llorar porque, justo en
ese momento, pasaba la mamá cucha, una gran cerda, con varios cuchitos persiguiéndola.
La niña se unió a la procesión y, gateando, iba detrás como un cuchito más
de la pequeña piara.
¿La mamá? Ni en
cuenta. Fue hasta que regresó el marido de la milpa y le preguntó por la
niña, que la mamá se dio cuenta de que el reboso a su espalda pesaba menos que
de costumbre.
Empezaron a buscar a la
niña, pero no tardaron mucho en encontrarla: sentada junto con los cuchitos,
la niña se divertía con el lodo y abrazaba a un cuchito que no
estaba nada feliz con la muestra de cariño, porque, ¿ya lo dije?, la niña era
grande y fuerte.
El hombre rio de buena gana
y fue por su celular para tomarle una foto, pero la madre dijo lo que todas
las mamaces que en el mundo son y han sido, dirían en un caso
semejante: “¡Niña, eres una calamidad!”
Puesto que la niña ya
gateaba, dejó el reboso -lo que la espalda de la compañera agradecía
profundamente-. La niña, además de grande, era curiosa. Una vez se
le ocurrió probar qué pasaría si envolvía el leño encendido que cayó del fogón
con un trapo. El asunto es que el trapo era el medio fondo de la compañera.
La mamá se dio cuenta con el olor a nailon quemado y gritó: “¡Niña, eres una
calamidad!”.
Un día, su mamá la llevó
al mercado en la cabecera municipal. Mientras la señora buscaba un medio
fondo para reponer el quemado, la niña se acercó a una pirámide de latas y le pareció
que las latas de mero abajo no estaban cómodas, así que quitó una de la
base. El estrépito se escuchó en todo el galerón del mercado. El
dueño del puesto tomó a la niña en brazos y la entregó a su mamá diciendo: “Señora,
su niña es una calamidad”.
Cuando se encontraban de
nuevo, después de una larga jornada de trabajo, cada quien en lo que le tocaba,
el señor y la señora intercambiaban informes. En su turno, la mamá
iniciaba: “esta niña es una calamidad”, y seguía con una larga lista de
travesuras.
-*-
Como todos no deben de
saber, los niños y niñas no respetan la champa del SupGaleano. No importa
cuántas trampas y obstáculos ponga el Sup, siempre encuentran el modo para
aparecer en el dintel de la puerta pidiendo mantecadas, un balón, o simplemente
un cuento.
Una tarde apareció una
niña grande de cuerpo. El SupGaleano, con ese tacto diplomático que le
caracteriza, le preguntó: “¿Tú quién eres? No te conozco.” La
niña, como es lógico, respondió: “Yo soy una Calamidad”.
Al SupGaleano le cayó en
gracia la honestidad de la niña, así que la dejó estar en la champa hasta que
su mamá llegó a buscarla. La señora se deshacía en disculpas y es que su
hija era una calamidad. El SupGaleano, que siente empatía por la niñez
-tal vez porque él mismo no llega ni siquiera a la pubertad-, sólo murmuró: “pues
la niña no lo hurta, lo hereda”.
A partir de entonces, la
niña Calamidad aparecía de tanto en tanto en la champa y, como es de deducir,
hacía una calamidad. Por ejemplo, la niña había observado que el
SupGaleano regañaba al gato-perro porque se orinaba en el suelo y la pared de
la casita. Un día llegó su gana de 25 de la Calamidad y se subió al
colchón todo hollado y quemado del Sup -porque el Sup es un irresponsable que
fuma pipa en la cama (no es cierto, es decir, sí soy irresponsable pero no es
el tema, el colchón ya estaba hollado de por sí y a veces estornudo y ya se
imaginan)- y se hizo de 25. El Sup se embraveció y le preguntó a
Calamidad por qué hacía así. Y la Calamidad, con esa lógica apabullante
de la niñez, le respondió: “Pos dijiste que no se hagan 25 en el suelo”.
El Sup no supo qué decir y
con el trapeador hizo lo que pudo para limpiar el colchón, que tampoco era como
para presumir. Entre que una familia de ratones lo había agarrado de
vivienda y las quemadas de las briznas de tabaco que se caían de la pipa, pues
tampoco era para que el Sup se pusiera remilgoso.
Y para corroborarlo, el
gato-perro lo miraba al Sup con cara de: “ahí está, yo soy un santo
comparado con la Calamidad”. Y por lo mismo, el gato-perro
simpatizaba con la niña. Sus travesuras parecían mínimas comparadas con
las de la temible Calamidad.
Así que la niña, el Sup y
el gato-perro se llevaban bien, tal vez porque los tres eran
disfuncionales. O sea que digamos que nunca llegarán a ser unos
ciudadanos modelos, ni ganarán premios, ni tendrán puestos gubernamentales o
cosas igualmente horribles. A pesar de eso, cuando llegaba la pandilla de
Defensa Zapatista, la Calamidad se escabullía, porque sabía que no era bien
vista por el resto de la humanidad.
Pero, como decía el finado
SupMarcos (que diosito lo tenga en su santa gloria y la virgen santísima lo
colme de bendiciones): “cuando creas que no puede pasar algo peor, siempre
puede aparecer la pandilla de Defensa Zapatista”.
“Las desgracias
nunca andan solas”, digo yo, así que no tardó en ocurrir que confluyeran
una serie de fenómenos en lo que sería el antecedente de la tormenta perfecta.
Sí, llegó el día, aunque
más bien era tarde, en que la Calamidad entró al selecto grupo de Defensa
Zapatista, cuya segunda al mando, Esperanza Zapatista, no hacía sino reiterar
lo paradójico de su nombre…
CALAMIDAD Y LA BANDA DE DEFENSA
ZAPATISTA
Era una tarde en las
montañas del Sureste Mexicano. En el potrero de la comunidad, un grupo de
niños y niñas jugaban con un balón. Bueno, eso podría parecerle a quien
no conozca a esa banda.
En realidad se trataba de
un riguroso entrenamiento del equipo infantil de fútbol de Defensa
Zapatista. Ahora mismo están practicando el contragolpe, maniobra que
Defensa Zapatista explica así: “Hagan de cuenta que vienen con el balón los
malditos enemigos del equipo contrario, que son más grandes que nosotras, que
juegan mejor que nosotras, que todo el público los apoya, que están mejor
alimentados que nosotras, mejor entrenados que nosotras, que tienen el uniforme
cabal y que estamos en su cancha o sea que ellos son locales. ¿Qué hacemos?”.
El Pedrito se encoge de
hombros, las hipótesis de Defensa Zapatista siempre le parecen erróneas de
principio y mal planteadas. El caballo choco deja por un momento de
masticar la botella de plástico, parece que lo piensa un momento, y luego sigue
masticando como si nada. El gato-perro se pone detrás de Defensa, así que
parece que él también espera la respuesta. La Esperanza Zapatista se da
cuenta de que es la única que queda, entonces se arma de valor como mujeres que
somos, nada de que nada, resistencia y rebeldía, y levanta su manita.
Defensa Zapatista respira con alivio y dice: “A ver, Esperanza, ¿qué
hacemos?”. La Esperanza Zapatista carraspea un poco y, siguiendo el
método zapatista fundado por el finado SupMarcos, responde: “¿Corremos?”
El gato-perro mueve la
cola con aprobación. Pedrito está a punto de decir que la
respuesta-pregunta de Esperanza abre un nuevo terreno epistémico. El
caballo choco sigue masticando pero ahora con más enjundia.
Defensa Zapatista se mesa
los cabellos y grita: “¡No! Nada de correr. Nada de que nada,
resistencia y rebeldía. Lo que hacemos es dar un contragolpe. Un
patadón pues, que aviente la pelota muy lejos. A ver, Pedrito, tú patea
el balón”.
El Pedrito será muy trucha
para la teoría del conocimiento y los paradigmas epistemológicos, pero siempre
patea chueco. Así que el balón, en lugar de ir a la cancha contraria, va
a caer a la pequeña laguna que está a un costado del potrero… perdón, del campo
de entrenamiento de alto rendimiento autónomo, permiso de la Junta de Buen Gobierno,
número no-sé, sede en el Caracol de Tulan Kaw, domicilio conocido.
La pandilla se agolpa a la
orilla y mira con desolación que la pelota ha quedado flotando justo en medio
del mar inhóspito… ok, en medio del charco, porque la “laguna” no mide
más de 10 metros de diámetro y no rebasa los 50 centímetros de profundidad.
La Esperanza Zapatista,
con ese optimismo que su nombre delata, dice: “Seguro hay tiburones muy
fieros, de ésos que ni te mastican. Ahí nomás te tragan y mueres
cruelmente en la panza del tiburón, en medio de pescaditos y botellas de
plástico que se zampó antes”.
El caballo choco para las
orejas cuando escucha “botellas de plástico”, pero no se mueve.
Mientras Esperanza ha
descrito ese bello cuadro impresionista modelo “Sharknado”, el Pedrito
ha consultado en su celular y aclara:
“Imposible, no hay
tiburones en agua dulce. Por lo tanto, no hay nada que temer de esos
selaquimorfos”.
Todos respiran
aliviados. Pero el Pedrito prosigue: “por otro lado, es muy probable
que haya cocodrilos” y señala algo parecido a un tronco que flota en la
lagunita. Todos se estremecen.
El gato-perro, por su
parte, es perro pero es gato, así que nada de mojarse.
Defensa Zapatista razona:
“bueno, de todas formas ya estaba viejo ese balón, que tal el Sup tiene otro
guardado, o que pida uno con los ciudadanos.”
Mientras toda la pandilla
está tratando de disfrazar de prudencia su miedo, la Calamidad, que ha estado
observando todo desde un su escondite, sale, se mete al agua, recoge el balón,
regresa con él, y lo pone frente a Defensa Zapatista.
La pandilla, después de
salir de su estupor, aplaude a rabiar, intenta levantar en hombros a Calamidad
pero pesa mucho, así que optan por darle unas palmaditas en la espalda.
Recuperado el balón,
Defensa Zapatista empieza a dar nuevas instrucciones, pero, cuando voltean a
mirar, Calamidad ha vuelto a lanzar el balón al agua.
Defensa le pregunta:
“¿Qué hiciste?”, y, como respuesta, Calamidad se vuelve a meter al agua
y saca de nuevo el balón. Le vuelven a aplaudir. La tercera vez que
lo hace, la pandilla recibe la pelota con un silencio sepulcral.
A la quinta vez tienen que
agarrar a Calamidad entre todos para que no vuelva a aventar el esférico al
agua. Calamidad se desconcierta: ¿Qué el juego no se trataba de eso?
El equipo se retira un
poco, guardando celosamente el balón, lejos de la compulsión de Calamidad; sólo
Defensa Zapatista queda pensando y mira intrigada a la niña. En su
complicada mente, llena de estrategia y táctica futbolísticas, entiende ahora
lo que le dijo alguna vez el finado SupMarcos: “la maravilla de la sorpresa,
no está sólo en hacer algo inesperado, también en dónde hacerlo, cuándo
hacerlo, con qué hacerlo… y con quién hacerlo”. La carita de la niña
Defensa Zapatista se ilumina. Le pregunta a la niña: “¿Cómo te llamas?”
La niña responde: “Yo soy una Calamidad”.
Defensa abraza a la
Calamidad y le dice: “Tú vas a estar en nuestro equipo. Y ahora te
llamas la Calamidad Zapatista.” Y, dirigiéndose al resto del equipo
les comunica: “ya tenemos una nueva arma secreta”. Todos miran
aterrorizados como, mientras Defensa explica una nueva y compleja estrategia de
juego a la que llama “resistencia y rebeldía”, la Calamidad avienta de nuevo la
pelota al agua y, después de sonreír, se lanza al mar embravecido… ok, a la
lagunita, para recoger el balón.
Esperanza jura que una
ballena monstruosa le acercó el balón a Calamidad. Pedrito aclaró que no
era una ballena, sino el Kraken que se había venido a refugiar
a tierras zapatistas… ok, a aguas zapatistas.
El asunto es que la Calamidad
estaba feliz porque tenía nuevos amigos, y no cualquier grupo de amigos: era la
pandilla de Defensa Zapatista, la única que tenía en su contra órdenes de
restricción en prácticamente toda la estructura organizativa zapatista.
La Calamidad Zapatista
tendrá unos 3 ó 4 años y, como es la más pequeña de edad, aunque no de cuerpo,
les dice “doña” a las mayores, como le enseñaron. A Defensa Zapatista le
dice “Doña Defensa”, lo que no les cae en gracia ni a ella ni a Esperanza, que
viene siendo “Doña Esperanza” a sus 8 años.
Ya en su nuevo grupo, la
Calamidad sintió la necesidad de avisarle a su antigua banda infantil.
Dio un sentido discurso de despedida a unos cuchitos que sólo
la olfatearon y le mordieron el pantalón que portaba. Los presentes juran
que a la mamá cucha se le nublaron los ojos.
Los Subs, el CCRI, las
zonas, las JBG, los MAREZ, y todas las comisiones autónomas habidas y por
haber, podrán quejarse lo que quieran, pero si algo hay que reconocerle a la
pandilla de Defensa Zapatista es que se protegían unas a otros.
Así que la Calamidad pudo
ya asistir a los distintos actos públicos del EZLN a los que antes no podía por
tenerlo prohibido, ya que se temía que fuera a hacer una calamidad.
No era pues extraño que,
en los eventos, se viera pasar una niña rodeada de una fiera escolta de
milicianas. Pero todos sabíamos que no la estaban cuidando a ella, sino a
los asistentes, porque, bueno, era una calamidad.
El Pedrito le explicó así:
“Es que la compañerita
Calamidad, pues cómo te diré, pues es una calamidad. Nadie la quiere,
sólo el SupGaleano y Defensa Zapatista la quieren. Y nomás se
hablan con el Sup y luego se ponen a cantar ambos dos mutuamente, la Calamidad
y el SupGaleano. Muy fiero cantan, como que les duele la panza.
Pero ellos piensan que cantan muy bonito. Y hacen sus obras de teatro,
pero nadie mira. Sólo están los grillos. Y el Sup dice que aplauden
los grillos, pero qué va a ser, si los grillos nomás hacen su ruidero todo el
tiempo, no es que aplauden. Pero la Calamidad lo cree y hace su caravana
para agradecer, que así le enseñó el Sup, y entonces el Sup le cuenta unas
historias terribles y maravillosas mientras se atascan de palomitas”.
Y precisamente ahora,
en la champa, sólo están el Sup, el gato-perro y la Calamidad. Y ahí
nomás, de pronto, el Sup se echa en la boca un puñado de palomitas con salsa
picante, da un trago de conocido refresco de cola, y empieza a contar…
La Historia del Maíz Palomero.
Hace mucho tiempo, cuando
el tiempo empezaba a caminar a los tumbos, como viejito bolo, los más grandes
dioses, los que nacieron el mundo, se reunieron en una su asamblea y tomaron el
acuerdo de encargar a la más sabedora de todos, Ixmucané,
que hiciera a los hombres y mujeres de maíz.
Pero los dioses varones
eran muy tarugos, como de por sí, y no se dieron cuenta de que no se podía
porque todavía no se había creado el maíz. Entonces la Ixmucané les
dijo: “Ah hermanitos, de plano no se puede creer, ¿cómo voy a hacer a la
humanidad de maíz si todavía no existe el maíz?” “Ta bueno”,
dijeron los dioses varones, “pero ahí lo veas porque ya es acuerdo de
asamblea y tiene que vas a cumplir”.
La Ixmucané rezongó
un buen rato, como de por sí rezongan las mujeres, que cómo quieren que haga si
no hay cómo, que de plano no lo piensan los pinches varones, que ahora cómo le
hago, que a ver qué llega en mi cabeza para resolver la problema.
Mientras está pensando
la Ixmucané, los dioses varones empezaron a mal hablar: que
esa Ixmucané es una haragana, que no cumple el acuerdo,
que se hace pato; o pata, dice otro; y otro uno: “y eso que todavía no
hacemos los patos”, y así. Y entonces se dijeron que por qué tienen
que esperar a la Ixmucané si ellos son sabedores.
Y entonces hicieron a los
primeros hombres y mujeres de lo primero que encontraron, o sea de
madera. Entonces los hombres de madera no se mueven bien, caminan como
que tienen calambre.
Entonces hicieron otros de
oro, pero son muy pesados y ni siquiera caminan.
Y mientras los dioses
varones están pensando cómo hacer, los hombres de oro obligaron a los de madera
que los cargan y los llevan de un lado a otro y los alimentan y los honran.
Y los dioses ya no saben
qué hacer y entonces llega la Ixmucané y lo mira todo
cómo está, y se embravece pues, y los regaña a los dioses varones, que por su
culpa va a tardar eso de que los de oro esclavizan a los de madera.
Y los dioses varones:
“acaso fuimos nosotros, quién sabe de dónde salió eso, nosotros estamos
ocupados en cosas importantes”.
Y la Ixmucané:
“nada de que nada, además de tarugos, cobardes que no se hacen responsables
de las tonterías que hacen y a esto que mal hicieron le vamos a llamar
patriarcado, porque puros machitos se malpensaron esa injusticia”.
Y ya que les dio su buena
regañada, la Ixmucané les mostró que ya lo creó ya el
maíz. Y entonces los dioses varones aplaudieron, y se felicitaron y
dijeron que ellos habían tenido esa gran idea, y que Ixmucané sólo
hizo en la práctica lo que ellos lo pensaron en la teoría.
La Ixmucané ya ni dijo nada, pero traía en sus manos maíces de todos los colores y así fue creando a los hombres y mujeres que poblaron el mundo y también creó a loas otroas porque, dijo, es bueno que el mundo sepa que tiene muchos mundos dentro y no sólo los que se miran ahí nomás. Se hicieron así los hombres, las mujeres y loas otroas, y los dioses se fueron a echar baile.
(Ilustración técnica mixta, Libe, Ciudad de México, 2021)Quedó la Ixmucané mirando sus manos y lo miró que no se acabó todo lo que usó para crear el maíz, que quedó todavía un poquito. Entonces Ixmucané se pensó que faltaba otra lección para el mundo que entonces empezaba a andar. Y entonces la Ixmucané creó unos maíces más pequeñitos y los echó en la tierra para que se nacieran.
(Ilustración técnica mixta, Libe, Ciudad de México, 2021) Tiempo después, ahí
andaban los maíces de un lado a otro, trabajando para que tuvieran fuerza los
hombres y mujeres y otroas que estaban construyendo el
mundo. Pero nadie le hacía caso a los maíces pequeñitos, los burlaban y
los despreciaban. Y todos los maicitos pequeños están como tristes porque
nadie los toma en cuenta. Entonces en la cabeza de un grupo de maíz
pequeño llegó el pensamiento de que no está cabal así, que por qué los
desprecian y no los toman en cuenta. Y se inconformó. Y ahí está el
grupo de maicitos pequeñitos inconformados. Y los demás maíces pasaban y
decían: “bueno, pues ahí está ese grupo de maicitos inconformados, pero son
muy pequeñitos, nadie los va a tomar en cuenta.”
Entonces los del grupo de
maicitos pequeños quedaron pensando que así nomás no se puede, que todo va a
seguir igual aunque se inconformen. Entonces llegó la Ixmucané,
que andaba haciendo la ronda en el mundo, para ver que se fuera haciendo todo
cabal. Y lo topa al grupo de maicitos y les pregunta que qué hacen.
Y los maicitos le cuentan de su inconformidad. La Ixmucané se
ríe pero no de burla, sino de cariño, y les dice a los maicitos: “bueno,
miren hermanitos, es que no basta con que se inconforman, hay que ponerse en
resistencia y rebeldía. Quiere que se rebelan o sea que tengan rabia,
coraje pues, y que se organizan”.
Se fue la Ixmucané porque
los dioses varones seguían haciendo tarugadas y ella tenía que ver de componer.
El grupo de maicitos quedó pensando lo que dijo la Ixmucané y dijeron: “sale pues, nos vamos a enojar”. Y empezaron a pensar en todas las humillaciones y desprecios que les habían hecho y más entraba su coraje y se calentaban de rabia. Y más y más, y ya están colorados de tanto coraje y ya no se aguanta el calor y ¡pum!, que se revienta uno, y brinca y se pone esponjoso, luego otro y pasa un viento y los levanta. Y todos se quedan admirados de que los maicitos vuelan. Y los demás maicitos pequeños empiezan a hacer igual, y al rato revienta y brinca otro, y otro, y otros. Luego muchos, y el aire se llena de maicitos reventados.
(Ilustración técnica mixta, Libe, Ciudad de México, 2021) Y una niña lo mira
el aire y dice “parecen como palomas”. Y un niño dice “sí, pero
chiquitas”. Y la niña: “eso, como palomitas”. Y el niño,
como de por sí son los niños, lo agarra una palomita y la come y dice “está
muy sabrosa”; y la niña dice “sí, pero como que le falta algo”, y
ahí nomás encuentra un frasco que la Ixmucané había
dejado como olvidado y le pone a la palomita y como que pica pero así, sabroso.
Y entonces la niña
y el niño llaman a todos los niños y niñas y niñoas del mundo,
y empiezan a pepenar los maíces voladores, y los ponen en un tazón y le echan
la salsa picante y se ponen a comer hasta que les dio diarrea, pero como quiera
la hacen una su fiesta.
Y entonces los
demás maíces todo lo miraban muy admirados y sorprendidos porque esos eran los
únicos maíces que podían volar y entonces los respetaron ya a los maíces
pequeñitos. Y ya le quedó su nombre de “maíz palomero”, que quiere decir,
“maíz que vuela y hace fiesta”. Eso en un idioma que ahorita
inventé.
Y tan-tan.
La Calamidad
aplaude encantada. El gato-perro no aplaude, porque se le han quedado atrapadas
las patas en las palomitas con salsa picante y, paciente, se las está lamiendo,
porque acá no se desperdicia nada… cuando de palomitas se trata.
La Calamidad ha
declarado que va jugar a las palomitas. Se para en medio de la champa y
empieza a aguantar la respiración y a hincharse, hasta que se pone roja y luego
morada (como los niños cuando hacen berrinche), y el Sup está ya por darle un
zape para que respire, cuando la Calamidad brinca y grita, al exhalar, “¡PUM!”;
y mira al Sup esperando que haga la mismo, y como el Sup sigue comiendo como si
nada, la Calamidad le dice “Bueno, ¿sos zapatista o no?”. Al Sup
Galeano le dan en la pata de palo así que contiene la respiración, pero con el
humo del tabaco y las palomitas que le llenan la boca, sólo alcanza a toser
estrepitosamente, arrojando pedazos de palomitas a medio masticar. Y la
Calamidad, con la carita llena de palomitas propias y salpicadas, aplaude
entusiasmada porque, dice, el Sup ha hecho el sonido de muchas palomitas
reventando.
Y el Sup casi se
ahoga, pero se alivió rápido cuando llegó la insurgenta de
Sanidad y dijo “hay que inyectar”. Todos corrieron, en primer
lugar el gato-perro -no lo fueran a confundir con un Supcomandante-,
y sólo quedó la Calamidad que ya se va, con la mochilita de la sanitaria, hacia
la pequeña laguna donde un par de ballenas retozan y saltan, sabiéndose a salvo
de los barcos de los pinches grandes capitalistas chinos-japoneses-coreanos
que, en lugar de seguir sus usos y costumbres, o sea de hacer Anime, K-Pop (팬덤 군대 일어) y murallas, las quieren
cazar para convertirlas en dólares, wons, yens, euros y los restos en pesos…
DE CÓMO EL EQUIPO DE DEFENSA
ZAPATISTA GANÓ SU PRIMER PARTIDO INTERNACIONAL
Cierto día, se
realizó el primer partido internacional donde se enfrentaron el equipo
intergaláctico de mujeres que luchan, contra el equipo muy otro capitaneado por
Defensa Zapatista.
La extraña estrategia de
la directora técnica del equipo zapatista, parecía funcionar:
Cuando el equipo contrario
tenía el balón y pasaba a la ofensiva, la Calamidad entraba al campo de juego,
tomaba el balón y lo lanzaba a la laguna.
En ese momento, el equipo
de Defensa Zapatista empezaba a esparcir rumores de tiburones muy fieros que
habitaban en esa laguna. El Pedrito aclaraba que no era posible, pero que
seguro había cocodrilos gigantes. La Esperanza contaba de una ballena
enorme que, cada tanto, emergía con un pasamontañas blanco.
En fin, el pánico era
sembrado con una habilidad que olvídate de las redes sociales.
Claro, la Calamidad
entonces se volvía a meter al agua y volvía con el balón. Y el equipo
contrario, en lo que se llama fair play, la felicitaba y trataba de
alzarla en hombros, pero cuándo, ni hablar.
A la cuarta vez, el equipo
internacional de mujeres que luchan pidió la expulsión de la transgresora que,
cada tanto, arrojaba el balón al mar infestado de tiburones tigre, lagartos y
caimanes, hidras, Krakens y hasta ballenas asesinas (así dijeron); pero resulta
que se dividieron entre ellas, porque empezaron a discutir de la sororidad de
género, de que expulsar a la Calamidad era una muestra de que el
pensamiento heteropatriarcal contaminaba a las mujeres.
Tardaron discutiendo, y
cuando se dieron cuenta, el gato-perro hacía una pared de antología con la
cabeza del caballo choco, que se había quedado dormido en el límite del área
grande, y, con un estilo que ni Messi-Ronaldo, anotaba en el marco contrario,
lo cual fue festejado no sólo por el público que abarrotaba el potrero, quiero
decir, el estadio (aunque en realidad sólo estaban el SupGaleano, el Elías
Contreras, y un solitario puesto de palomitas donde dos insurgentas se
aburrían soberanamente), también por Defensa Zapatista, porque era la primera
vez que el gato-perro no anotaba en su propia portería.
La jueza silbó el final y
terminó el partido. La banda de Defensa Zapatista había conseguido su
primer triunfo mundial.
Nuevamente trataron de
alzar en hombros a Calamidad, y nuevamente fracasaron. Así que el festejo
no encontraba forma de materializarse.
Pero el SupGaleano
resolvió todo cuando dijo que era un rumor, que no estaba nada confirmado, que
tal vez se trataba de una fake-new; pero que él había escuchado que
el Vlady le había entregado al SubMoy una caja de donas de muchos
sabores. Que el SupGaleano se lamentaba de que no fueran mantecadas,
pero, como dice un dicho -que él inventó en ese momento-: a falta de
mantecadas, donas; y que el SupMoy estaba ido en el festival de Cine, y que
había dejado cerrada con llave la Comandancia General del ezetaelene, lo que
era un problema, pero la solución estaba en que le había dejado la llave al
SupGaleano quien, justo en ese momento, dejaba caer la llave delante de la
pandilla; y que le iba a dar mucha pena decirle al SupMoy que perdió la llave
en el estadio, ok, en el potrero, pero que la pandilla de Defensa Zapatista
había apoyado y la habían encontrado; y “aquí está la llave SupMoy, cuéntame
cómo estuvo el festival de cine”.
Y que cuando el SupMoy se diera cuenta que de la caja con donas sólo quedaba el cartón, el SupGaleano le iba a informar que, en la pequeña laguna que está en el Puy, habían avistado a una gran ballena que, en la mandíbula, sostenía un pedazo de dona color arcoíris, lo que, intuía el SupGaleano, indicaba que podría tratarse no de una ballena, ni de un ballenato, sino de unoa ballenoa, y que nuestro deber como zapatistas era darle cobijo y apoyo, porque la diferencia no se debe perseguir ni castigar, sino festejar, por ejemplo, con un baile y, qué casualidad, el SupGaleano recién la había autocriticado a la comisión musical porque los compañeros musiqueros sólo tocaban la Yaquecita y que ya chole con ésa (la otra noche la habían tocado 53 veces), y con la de “así, así, así” (32 veces el baile anterior), y la Comisión Musical dijo “ahí lo vamos a ver”; y en eso los compañeros musicales se arrancan con la Cumbia del Sapito y, como todos saben, el sapito es primo hermano de la ballena; y en el sonido anuncian que hay baile, y entonces el corredero de gente, hasta las tercias y tercios dejan botados los equipos, y se llevan al SupMoy al baile…
(Acuarela. Fernando Llanos, Chiapas, 2019, fragmento del libro «Viaje a la realidad». Ediciones Necias.) Y sólo quedan, solos, el
SupGaleano y el gato-perro, que le ladra y le maúlla, y entonces el SupGaleano
dice: “sabía que tú te ibas a dar cuenta”, y se quita la gorra y,
diciendo la palabra mágica “alakazam”, saca una dona, de chocolate otra
vez, la última dona de las montañas del sureste mexicano, y, como el chocolate
se ha derretido y le quedó toda pegajosa la cabeza, el SupGaleano piensa cómo
le va a hacer para limpiar el pasamontañas.
Y, mientras comparte con
el gato-perro, el SupGaleano empieza contar una historia terrible y maravillosa
de una niña que se llama la Calamidad Zapatista quien, para mala suerte de los
dos, se aparece en ese momento con la mezcladora de sonido de los tercios y les
dice “¿Jugamos?”, mientras se dirige a la laguna para arrojar el aparato
a donde unoas ballenoas saltan felices de que las tomen
en cuenta.
Y sí, ni modos, el
gato-perro y el SupGaleano tuvieron que compartir la dona con la Calamidad y
así la detuvieron, pero sólo un momento, porque la Calamidad ya encontró el
maíz palomero del SupGaleano y, con las mejillas manchadas de azúcar, les dice
festiva: ¡vamos a jugar a las palomitas!
Tan tan.
Desde las montañas
del Sureste Mexicano.
El SupGaleano.
Dándose cuenta de que no es posible limpiar el pasamontañas con saliva, pero
resuelve el problema poniéndose un sombrero vaquero encima.
Guapo el hombre, lo que sea de cada quien. ¡Ajúa!
2019-2021
No hay comentarios.:
Publicar un comentario