TERCERA PARTE: LA
MISIÓN.
De cómo Defensa
Zapatista trata de explicarle a Esperanza cuál es la misión del zapatismo y
otros felices razonamientos.
“Bueno, de ahí que te
voy a explicar algo muy importante. Pero no lo puedes tomar apunte, sino
que quiere que lo guardas en tu cabeza. Porque el cuaderno donde quiera
lo dejas botado, pero la cabeza la tienes que cargar todo el tiempo”.
Defensa Zapatista camina
de un lado a otro, como dice que hacía el finado cuando explicaba algo muy
importante. Esperanza está sentada sobre un tronco y, previsora, ha
colocado un nailon sobre la madera húmeda, floreciente de musgo, hongos y
ramitas secas.
“¿Acaso lo vamos a
mirar el lugar donde llegamos con la lucha?”, suelta Defensa Zapatista
señalando con sus manitas a ninguna parte.
Esperanza está pensando
una respuesta, pero es evidente que Defensa hizo una pregunta retórica, es
decir, no le interesa la respuesta, sino las preguntas que le siguen a la
primera cuestión. Según ella, Defensa Zapatista está siguiendo el método
científico.
“La problema
no es entonces llegar, sino hacerse un camino. Que sea que si no hay
camino, pues hay que hacerlo, porque si no, cómo”, la niña blande un
machete que a saber de dónde salió, pero seguro en alguna champa lo están
buscando.
“Entonces, la problema
como que se cambió y lo más primero es el camino. Porque si no hay camino
para donde quieres ir, pues de balde estás con esa preocupación.
Entonces, ¿qué vamos a hacer si no hay camino para donde vamos?”.
Esperanza responde con
satisfacción: “Esperamos a que deje de llover para que no nos mojamos cuando
hacemos el camino”.
Defensa se mesa los
cabellos -y arruina el peinado que a sus mamaces le
tomó media hora acomodar- y grita: “¡No!”.
Esperanza duda y aventura:
“Ya sé: le decimos una mentira al Pedrito de que hay caramelos allá donde
vamos, pero no hay camino y viera quién hace un su camino primero, pues se
atasca de caramelos”.
Defensa reacciona: “¿Acaso
vamos a pedir apoyo a los pinches hombres? Nuncamente.
Nosotras lo vamos a hacer como mujeres que somos”.
“Cierto”, dice
Esperanza, “qué tal y de repente hay chocolates”.
Defensa sigue: “Pero
¿qué tal que nos perdemos cuando vamos abriendo el camino?”.
Esperanza responde: “¿Gritamos
pidiendo ayuda? ¿Sacamos cohetón o tocamos el caracol para que oyen
en el pueblo y vienen a rescatarnos?”.
Defensa entiende que
Esperanza está tomando el asunto literalmente y, además, está obteniendo el
consenso del resto del público. Por ejemplo, el gato-perro ahora se
relame los bigotes imaginando la olla llena de chocolates al final del
arcoíris, y el caballo choco sospecha que tal vez también hay maíz con sal y la
olla rebosa de botellas de plástico. La Calamidad ensaya la coreografía
que le diseñó el SupGaleano, llamada “pas de chocolat”, que consiste en
abalanzarse, en modo “rinoceronte”, sobre la olla.
Elías Contreras, por su
parte, desde el primer cuestionamiento sacó su lima y afila su machete de doble
canto.
Más allá, un ser
indefinido, extraordinariamente parecido a un escarabajo, porta una pancarta
donde se lee: “Llamadme Ismael”, discute con el Viejo Antonio las
ventajas de la inmovilidad en tierra firme, y así argumenta: “Pues sí, mi
estimado Queequog, no hay ballena blanca que se acerque a puerto”. El
anciano indígena y zapatista, maestro involuntario de la generación que se alzó
en armas en 1994, se forja un cigarrillo con doblador y escucha atento los
argumentos del bichito.
La niña Defensa Zapatista
asume que, al igual que las ciencias y las artes, está en el difícil lugar en
que se es incomprendida: como un pas de deux aguardando el abrazo
para las pirouettes y el sostén para un porté;
como un filme preso en una lata, esperando una mirada que lo rescate; como un
puerto sin embarcación; como una cumbia pendiente de unas caderas que le den
vocación y destino; como un Cigala cóncavo sin convexo; como Luz Casal yendo al
encuentro de la flor prometida; como Louis Lingg sin las bombas del punk; como
Panchito Varona buscando, detrás de un acorde, un abril robado; como un ska sin
slam; como un helado de nuez sin un Sup que le haga los honores.
Pero Defensa es defensa,
pero también es zapatista, así que nada de que nada, resistencia y rebeldía, y
con la mirada busca el socorro del Viejo Antonio.
“Pero las tormentas no respetan
nada: lo mismo en mar y en tierra, en cielo y suelo. Hasta las tripas de
la tierra se retuercen y sufren humanos, plantas y animales. No importan su
color, su tamaño, su modo”, dice con voz apagada el Viejo Antonio.
Todos guardan un
silencio mitad respeto y mitad terror.
Sigue el Viejo Antonio: “Las
mujeres y los hombres ven de guarecerse de vientos, lluvias y suelos rotos, y
esperan a que pase para ver qué quedó y qué no. Pero la tierra hace más
porque se prepara para después, para lo que sigue. Y en su guardarse
empieza ya a cambiar. La madre tierra no espera a que termine la tormenta
para ver qué hacer, sino que desde antes empieza a construir. Por eso
dicen los más sabedores que la mañana no llega así nomás y aparece de pronto,
sino que está ya acechando entre las sombras y, quien sabe mirar, la encuentra
en las grietas de la noche. Por eso los hombres y mujeres de maíz, cuando
siembran, sueñan con la tortilla, el atole, el pozol, el tamale y el
marquesote. No hay todavía, pero saben que habrá y es lo que manda su
trabajo. Miran su trabajadero y miran el fruto incluso antes de que la
semilla toque el suelo.
Los hombres y mujeres
de maíz, cuando miran este mundo y sus dolores, miran también el mundo que
habrá que levantar y se hacen un su camino. Tres miradas tienen: una para
lo anterior; la otra para lo de ahora, y otra una para lo que sigue. Así saben
que siembran un tesoro: la mirada”.
Defensa asiente
entusiasmada. Entiende que el Viejo Antonio entiende el argumento que no
alcanza a explicar. Dos generaciones distantes en calendario y geografía
tienden un puente que va y viene… como los caminos.
“¡Correcto!”, casi
grita la niña y mira con cariño al anciano.
Y sigue ella: “Si ya
sabemos dónde vamos, quiere decir que ya sabemos dónde no queremos ir.
Entonces en cada paso vamos alejándonos de unos lados y nos vamos acercando a
otro uno. No hemos llegado todavía, pero el camino que hacemos nos va
marcando ya por ese destino. Si queremos comer tamales, no vamos a estar
sembrando calabazas”.
El auditorio en pleno hace
un comprensible gesto de asco, imaginando una horrible sopa de calabazas.
“Aguantamos la tormenta
con lo que sabemos, pero ya estamos preparando lo que sigue. Y lo
preparamos ya de una vez. Por eso hay que llevar la palabra lejos.
No importa si quien la dijo ya no va a estar, sino que lo que importa es que
llegue la semilla a buena tierra y que, donde ya hay, se desarrolle. O
sea apoyar. Ésa es nuestra misión: ser semilla que busca otras semillas”,
sentencia Defensa Zapatista y, dirigiéndose a Esperanza, pregunta: “¿Entendiste?”.
Esperanza se pone de pie
y, con toda la solemnidad de sus 9 años, responde seria:
“Sí, claro lo entendí
que de por sí vamos a morir miserablemente”.
Y, casi inmediatamente,
agrega: “Pero vamos a hacer que valga la pena”.
Todos aplauden.
Para reforzar el “que
valga la pena” de Esperanza, el Viejo Antonio saca de su morraleta una
bolsa de los chocolates que llaman “besitos”.
El gato-perro se hace de
una buena cantidad con un zarpazo y el caballo choco prefiere seguir con su
botella de plástico.
Elías Contreras, comisión
de investigación del ezln, repite por lo bajo: “vamos a hacer que valga la
pena”, y manda el corazón y el pensamiento al hermano Samir Flores y a
quienes se enfrentan, sólo con su dignidad, al ruidoso ladrón del agua y de la
vida que se esconde detrás de las armas del capataz, ése que oculta en su
palabrerío la ciega obediencia que debe al Mandón: primero dinero, después
dinero, dinero al final. Nunca justicia, libertad tampoco, jamás la vida.
El bichito empieza a
platicar de cómo una barra de chocolate lo salvó de morir en la estepa
siberiana mientras iba, procedente de las tierras del Sami –donde
entonó el Yoik-, a territorio de los Selkup a
rendir honores al Cedro, el árbol de la vida. “Fui a aprender, que
para eso son los viajes. Porque hay resistencias y rebeldías que no por
apartadas en calendarios y geografías, son menos importantes y heroicas”,
dice mientras, con sus múltiples patitas, libera al chocolate de su prisión de
brillante papel aluminio, aplaude y se zampa una porción, todo al mismo tiempo.
Por su parte, Calamidad ha
entendido bien eso de que hay que pensar en lo que sigue y, con el chocolate
embarrado en sus manitas, declara entusiasmada: “¡Vamos a jugar a las
palomitas!”.
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Desde el Centro de
Adiestramiento Marítimo-Terrestre Zapatista.
El SupGaleano
impartiendo el taller “El Gómito Internacionalista”.
México, Diciembre del 2020.
Del cuaderno de apuntes del
gato-perro: El tesoro es lo otro.
“Al terminar, despacio
me miró con su único ojo y me dijo: «Lo esperaba Don Durito. Sepa usted que soy
el último de los piratas verdaderos que vive en el mundo. Y digo lo de
«verdaderos» porque ahora hay infinidad de «piratas» que roban, matan, destruyen
y saquean desde los centros financieros y los grandes palacios gubernamentales,
sin tocar más agua que la de la tina. Aquí está su misión (me entrega un legajo
de pergaminos viejos). Encuentre usted el tesoro y póngalo a buen recaudo.
Ahora discúlpeme, pero tengo que morirme». Y al decir esto último, dejó caer la
cabeza sobre la mesa. Sí, estaba muerto. El lorito levantó vuelo y se salió por
una ventana diciendo: «Paso al exiliado de Mitilene, paso al hijo bastardo de
Lesbos, paso al orgullo del mar Egeo. Abrid vuestras 9 puertas temido infierno,
que allá va a descansar el grande Barbarroja. Ha encontrado quien le
siga los pasos y duerme ahora quien hizo del océano apenas una lágrima. Con
Escudo Negro navegará ahora el orgullo de los Piratas verdaderos». Bajo la
ventana se extendía el puerto sueco de Göteborg y a lo lejos una nyckelharpa
lloraba…”
Don Durito de La
Lacandona. Octubre de 1999.