lunes, 30 de junio de 2025

3 POSDATAS 3 II.- POSDATA DE RAZAS Y OTRAS DIFERENCIAS. Un continente, muchos colores.

3 POSDATAS 3

II.- POSDATA DE RAZAS Y OTRAS DIFERENCIAS.
Un continente, muchos colores.

  Si usted pintara cada geografía con un color diferente, ¿cuál sería el elegido?

  Pongamos que, en el continente americano, usted escoge el amarillo tirando a naranja.  Es un color muy a la moda en el norte de ese continente.  Muy a tono con el ICE gringo, cuyas tropas ocultan sus rostros para no mostrar que su piel tal vez es del mismo color que sus perseguidos.  “Beaners” o “frijoleros”, es el término despectivo que usan para describir a sus víctimas.  Con esa doble referencia a lo que se come y al color de la piel.  También solían usar el de “cafecitos” (“brownies”).

  El color de la piel y las identidades culturales son, para los de arriba y sus sicarios, un recurso para identificar al enemigo a liquidar.  El ejército mexicano (hoy tan adorado por el progresismo que ayer clamaba contra él), cuando invadió territorio zapatista en 1995 -producto de la traición de Ernesto Zedillo Ponce de León en febrero de ese año-, atacaba a las comunidades para robar (como ahora lo hace la llamada Fuerza de Reacción Inmediata Pakal del gobierno estatal de Chiapas) las pocas pertenencias de los originarios.  Al invadir gritaban: “¡Pinches indios pozoleros!”

  Lo paradójico es que, cuando se desertaban, los soldados pasaban por las mismas comunidades que habían saqueado, suplicando por un poco de… pozol.

  Pero no se distraiga usted con recuerdos políticamente incorrectos hoy día.  Estamos hablando de colores de piel.

  Hay más: por ejemplo, la lengua.  Para el señor Trump es evidente que los “frijoleros” no sólo hablan muy otro el inglés, también han creado su propia lengua.

  En enero de 1994, cuando decenas de miles de federales arribaron a Chiapas para “acabar con los transgresores de la ley”, un oficial que se desertó cuando se dio cuenta de a quién perseguían, nos contó que preguntaban a los altos mandos cómo identificaban a “los zapatistas”.  Los generales respondían: “son bajitos, piel oscura, hablan mal o no hablan español, y sus ropas son muy de museo y tienda de artesanías”.  La tropa se miraba entre sí.  Eran millones quienes respondían a esa descripción.

  Traigo este recuerdo porque ése es el criterio “criminal” que usa el ICE gringo para detener, golpear, encarcelar y deportar a migrantes.

  ¿Importa que el detenido tenga papeles?  No, lo que importa es el color de su piel, su slang, argot, jerga (acá decimos “el modo”), su bigote, su ropa holgada, y que, frente a una hamburguesa y unos tacos, elige… los tacos (“con cilantro, cebolla, tomate y harta salsa por favor”).  Si además es parte del movimiento LGBTIQ+, bueno, pues es un criminal con todas las agravantes.

  En los primeros años del alzamiento, en los cuarteles del ejército federal, hacían lo posible por convencer a las tropas de atacar a los zapatistas.  Por ejemplo, les presentaban obras de teatro (un recurso pedagógico válido) donde el finado SupMarcos era gay, homosexual, puto, maricón, mariposón, mayate, muerde-almohadas, o como se les diga ahora.  Todos querían interpretar el papel del finado porque, lo que sea de cada quien, era guapo el hombre.

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  Empezamos con colores de piel, de ahí a cultura, lengua, estatura, comida, ropa, identidad sexual y afectiva, etcétera.  Agregue ahora su condición, legal o no, de tener otra geografía como lugar de nacimiento propio o de sus antecesores.  Migrante, o de padres, abuelos, bisabuelos migrantes.  Ahí tiene usted el perfil del criminal a perseguir.

  Ahora contemple cualquier geografía e identifique a las personas que cumplan con ese perfil “científico” (que apenaría a cualquier serie gringa donde la policía siempre es brillante, bonita y, sobre todo, incorruptible y respetuosa de la ley), y verá que son millones.

  Sin ir muy lejos, el gabinete de Trump tiene, en sus puestos claves, a descendientes de migrantes.  Marco Rubio, secretario de Estado, no tiene un apellido muy anglo que digamos y es hijo de migrantes cubanos.  Kristy Noem, secretaria de seguridad nacional, es de ascendencia noruega.  Sin puesto (todavía) en el gabinete, está el senador de ultraderecha Ted Cruz, de padre cubano, y se llama Rafael.  Lori Chavez, secretaria del trabajo, es de ascendencia mexicana.  Trump es descendiente de migrantes y su señora esposa es eslovena de nacimiento.

  Puesto que está difícil diferenciar con esos criterios, entonces ubiquemos el argumento reiterado: son delincuentes.  En realidad, lo que no se dice es que los toman como “potenciales delincuentes”.

  Deje usted de lado que varios de ese gabinete tienen acusaciones de abuso sexual y drogas. No está probado.  Entonces concéntrese en quienes son convictos, es decir, juzgados y declarados culpables.  ¿Lo ve?, sí, Donald Trump.

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  En cuanto a migración, los llamados, pretenciosamente, Estados Nacionales, por iniciativa propia, y coincidiendo luego con la posición policíaca norteamericana, hacen lo propio.  Al sur de la Unión Americana, México ha puesto un dispositivo criminal contra la migración que proviene de Centroamérica y, a través de ésta, de otros países.  El Instituto Nacional de Migración es una réplica, en ilegalidad, brutalidad, arbitrariedad y violencia, de la Border Patrol y el ICE de los EUA.  Y el racismo en la sociedad no se queda atrás.  Claro, con sus diferencias.  En USA los golpean, los encarcelan y los deportan.  En México los venden a los cárteles postores, los extorsionan, encierran, desaparecen, asesinan… y los queman vivos.

  En El Salvador, Bukele (formado en la escuela de cuadros del FMLN hecho partido) los encierra y televisa las condiciones en que se encuentran.  Lo que no impide que reciba su tajada del crimen organizado.

  La historia se repite en el resto de los países que tienen en esos colores oscuros su fundamento y su historia.  En el Chile progresista (já) y la Argentina de Milei, la gente de la tierra, el pueblo Mapuche, es acosado desde siglos (aunque ha salido 10, 100, mil veces vencedor).  En el Brasil progresista, en el Amazonas opera un etnocidio “silencioso”.  Geografías como Ecuador, Bolivia, Perú y Colombia reprimen como pueden las protestas y rebeliones de originarios, quienes tienen el color de la tierra.

  Y sin embargo, en los escaparates del progresismo (que, paradójicamente, se empeña en reivindicar el pasado), a veces lucen sus galas algunos maniquís “indígenas” que aspiran, como servidumbre, a que su color sea tolerado en los pisos superiores de la pirámide.  O sea, como adorno de bisutería, barato y reemplazable.

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  Los Estados Nacionales nacen del despojo de riquezas.  Pero no sólo de ellas, también de identidades, diferencias y particularidades.  El Estado Nación, con el mito de la ciudadanía, impone una homogeneidad y hegemoniza.  Bandera, escudo, himno, fuerza armada, equipos nacionales de deportes, historia y lengua oficiales, moneda, estructura legal e impartición de la justicia; todo contribuye a suplantar, con una imposición violenta, las diferencias de color, raza, lengua, género y, ojo, posición social, historia y cultura.

  Es “ciudadano” el negro, el café, el amarillo, el rojo, el blanco.  Lo es el alto y el chaparro; el gordo y el flaco; el hombre, la mujer y loa otroa; el mestizo y el indígena; el patrón y el empleado; el rico y el pobre.

  En este sentido es igual el pueblo originario que es despojado de su territorio, que el que ejecuta la orden de desalojo y el funcionario “indígena” que avaló ese robo.  La mujer víctima de violencia es igual que el macho que la desaparece, asesina o agrede.  La persona transgénero es igual que el policía que se “excede” en el cumplimiento de su deber.  La empleada de una cafetería es igual que Carlos Slim.  Y así.

  Y esas “ciudadanías” se respaldan en una nacionalidad, la que, a su vez, sostiene los argumentos para genocidios, crímenes de todos los tamaños, y guerras… para eliminar a los prescindibles.

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  Si hay diferentes colores arriba, en la cúspide de la pirámide, y abajo, en la base que soporta sobre sus corazones el peso de la riqueza de los de arriba, ¿cuál es entonces la diferencia?

  El lugar en la pirámide.

  Con todas sus diferencias, particularidades, colores, quienes están en la base de esa estructura tienen en común que son desechables.  Y, por lo mismo, las guerras (en todas sus variantes) son para deshacerse de ellos.

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  En todos los rincones de este planeta, incluso los más apartados, hay una pirámide mediana, grande o pequeña.  Se piensa a sí misma como eterna, poderosa e indestructible.

  Hasta que alguien dice “no más”, se hace colectivo organizado y la derriba al grito de…

¡A la chingada el pirámide!
اللعنة على الهرم
jebem ti piramidu
γαμώ την πυραμίδα
Fuck the pyramid
scheiß auf die Pyramide
fanculo la pirámide
putain la pyramide
merda á pirámide
мамка му, пирамидата
屌個金字塔
a la xingada la pirámide
ser*u na pyramidu
妈的金字塔
피라미드 엿먹어
kneppe pyramiden
do kelu pyramídu
kurat püramiidist
vittu pyramidi
joder pe pirámide rehe
לעזאזל עם הפירמידה

neuk de pirámide
baszd meg a piramis
tada leis an pirimid
fokkið við pýramídanum
ピラミッドなんてクソくらえ
pîramîdê qelandin
Pyramidem in malam rem!
Ssexsi lpiramid
xijtlasojtla nopa pirámide
knulle pyramiden
لعنت به هرم
pieprzyć piramidę
foda-se a pirámide
pirámide nisqawan joder
la dracu’ cu piramida
к черту пирамиду
је*и пирамиду
knulla pyramiden
piramiti siktir et
до біса піраміду.
piramideari madarikatua
shaya iphiramidi

-*-

  Pero, en su lugar, ¿hacemos otra pirámide?

  ¿O algo diferente?

  Tal vez en un encuentro de algunas partes del todo se insinúe una respuesta.

Desde las montañas del Sureste Mexicano.



 

 







El Capitán.
Junio del 2025.

 


 

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