(basada en hechos
reales… bueno, no tan reales…
ok, ok, ok, hechos inventados -como los que acostumbra la FGR-. Oh pues)
Previously:
En el día después, en una comunidad ficticia se han reunido pueblos
originarios, buscadoras, artistas y científicos sobrevivientes de la
tormenta. Juntos enfrentan el reto de recomenzar y rehacer el mundo desde
sus cimientos. En el comedor comunitario “Mastica, no tragues” se ha
provocado una batalla campal debido a que, supuestamente, alguien del colectivo
de Ciencias Aplicadas, aplicó las leyes de física a las catapultas,
ejemplificando con las cucharas y con dulce de calabaza como munición.
Los proyectiles cayeron indistintamente en artistas y científicos, provocando
la respuesta lógica. Algo como el clásico “pastelazo” usado en
cinematografía. En lo más álgido del bombardeo mutuo, la Doña Juanita
intervino blandiendo un sartén gigante y un cucharón tamaño XXXL, convocando a
la calma, el diálogo razonado y la no aplicación unilateral de aranceles.
La última vez que se vio, el Capitán estaba parapetado detrás de ollas y
comales, con un casco protector modelo “Predator” (armadura +100, movilidad
-500, -no se ve nada-). La banda sonora (“Yo no fui”, de Consuelito
Velázquez) era interpretada por los musicales. A este connato de guerra,
las reseñas posteriores lo nombrarían “La Guerra del Dulce de Calabaza. Los
Inicios”. (Cfr: Parte Seis: Ciencias Aplicadas. Oct 2024)
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Todavía están todos en el comedor, discutiendo quién fue el que inició la
escaramuza que salpicó de dulce de calabaza las mesas, las paredes y el techo.
Aunque al inicio del debate, ciencias y artes se miraban con recelo, las
acusaciones mutuas se contenían; no fue sino hasta que los teatreros señalaron:
“claro, el truco infantil de la cuchara catapulta. Eso es de jardín de
niños”, que el conflicto escaló.
La ciencia aplicada acusó el golpe y, sin titubeos, respondió “Me parece
escuchar un ligero tono acusatorio en lo que mencionan. En efecto, la
cuchara catapulta es infantil. En cambio, bien responde a esa moda
pictórica (así dijo: “pictórica”; no “artística”, ni “gráfica”, dijo
“pictórica”) de arrojar tintas de colores al lienzo o a la pared y
luego hacer un batidero. Creo le llaman “el arte ensalada”.
No hubo risas ni su esbozo siquiera; hubo, en cambio, un ir y venir de miradas
fulminantes (intención 1000; daño deseado 100; daño real -40). Y, de una
vez, unos y otras patearon las mesas y se parapetaron detrás de sus respectivas
fortificaciones. Como no había ya proyectiles a la mano, quedaron
expectantes, como dudando si seguían insultándose o pasaban a la acción
concreta.
Aprovechando el impasse, la Doña Juanita -todavía armada con sartén
y cucharón-, preguntó con aire inocente: “¿Dónde está el Capitán?”
Fue como si un rayo rompiera la noche más oscura. De mal mirarse, las
partes en pugna pasaron a intercambiar hipótesis y teorías.
Aunque nadie podía recordar el lugar preciso en que el Capitán estaba en medio
de la refriega, alguien señaló que, antes de empezar el combate, vio al
Capitán… junto a la paila con el dulce de calabaza. Después de eso,
nada. O sí, pero ya era otra vez la narración detallada de los
proyectiles recibidos y la lógica respuesta.
La contadora pidió la palabra y dijo: “Tenemos el crimen y creo que ya
sabemos quién es el criminal”. “El sospechoso”, aclaró la que vuela,
que había visto demasiado “La Ley y el Orden, UVE”. Los musiqueros,
siempre atentos, improvisaron -con el peine absurdo- la tonada de esa serie
policial: tan, tan.
Alguien propuso: “Levanten la mano quienes piensan que el culpable es el
Capitán”. Otra voz le atajó: “cálmate cuatro T, no estás en un
juzgado del Bienestar. Es inocente hasta que se demuestre su
culpabilidad”.
La doña Juanita soltó una carcajada y sentenció: “¿Van a culpar al capitán
de algo? Suerte con eso”.
“Hagamos como hacen aquí, citémoslo, que se presente y que declare lo que
tenga que decir. Hay que buscarlo y decirle que venga”, señaló el
escultor.
La Doña Juanita, que parecía muy divertida y dispuesta a disfrutar lo que
pasaba, preguntó socarrona. “¿Y quién le va a poner el cascabel al
gato?”
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“En realidad es gata. Una gatita, pues. Lo siguió al capitán el
otro día. El Capitán, ya lo sabes que es muy otro, y le puso de nombre a
la gatita: “Gatito”. ¿Tú lo vas a creer que el Capitán no sabe distinguir
entre un gato y una gata? Hasta yo lo regañé un día que estaba rompiendo
su bicicleta, a saber por qué la rompía. Los hombres son muy raros…
bueno, yo digo que los hombres son muy pendejos, pero el Capitán me dijo que en
los cuentos no se pueden poner groserías, entonces queda que son muy raros.
El caso o cosa, según, es que yo llevé mi bici con el mecánico para que lo
arreglara la cadena, que se había zafado. Entonces el mecánico estaba ido
al pozol, así que, mientras lo esperaba, lo fui a mirar al Capitán, para ver si
tenía dulce de chamoy, y lo miré que está rompiendo su bicicleta. Con
martillazos, de una vez. Entonces la miré una gatita muy bonitilla y la
llamé “gatita, gatita” pero la muy maldita no me contestaba. Mientras
agarraba un barretón y un hacha, el Capitán me dijo: “Acaso se llama gatita, se
llama Gatito”. “¿Cómo vas a creer, si claro se ve que es gatita?”, le
dije. El Capitán se encogió de hombros y siguió con… con… lo que sea que
estaba haciendo. Llamé a la gatita varias veces y nada. Entonces le
dije “Gatito” y rápido vino. De una vez no se puede creer, pero ni modos,
así salió el Capitán, que tiene muy revuelto su pensamiento”.
(Nota de la redacción: Claro que sí sé la diferencia entre gatitos y
gatitas. Los gatitos llevan moño azul y las gatitas llevan moño
rosa. Lo leí en un libro científico… ok, ok, ok, lo vi en Pinterest o
como se llame. Fin de la nota)
La niña (unos 6 ó 7 años) le explicaba eso a la Contadora, la que Vuela y la
que Mira, quienes, después de un agitado sorteo, habían sido elegidas para ir
en búsqueda del Capitán y entregarle el citatorio firmado “a nombre de algunas
partes del todo”.
El escrito, plasmado en una tabla con “tinta” de dulce de calabaza -lo que ya
era en sí una afrenta al admirado Capitán (lo sentimos, “já´s” agotados)-,
señalaba puntualmente al acusado de “incitación a la rebelión de la
calabaza, motín de mal gusto, insurrección mal planeada, machismo
heteropatriarcal, reiteración binaria, eurocentrismo cis, mala puntería,
fomento del odio y la división, ausencia en su turno en la cocina, no lavar su
mano, y los que se deriven de la investigación en curso”
La niña les había advertido a las 3 delegadas exprofeso, que no dijeran
nada. Y que, sobre todo, evitaran siquiera pronunciar la palabra
prohibida. Ni siquiera se debía deletrear “c-a-l-a-b-a-z-a”, explicaba la
niña mientras bajaban la pendiente que da a la cueva donde se supone estaría el
Capitán. “Es que, si dices esa palabra, el Capitán se convierte en un
gorsodomo, una bestia muy horrible que ni en los multiversos de Marvel y DC
Comics la imaginan”.
Las 3 enviadas, 4 con la niña, se llegaron hasta la entrada de la cueva.
La niña les dijo “esperen aquí y no hagan como en las películas donde se les
dice que esperen en un lugar y nadie obedece, se van y terminan muriendo
miserablemente”.
La niña salió con una gatita-gatito en los brazos y sentenció: “Dice que no
estuvo ese día en el comedor y tiene una coartada inapelable. O sea que
tiene un su pretexto pues”. Las 3 enviadas hicieron lo que cualquier
ser humano haría en una situación parecida, es decir, se pusieron a cariñar a
la gatita llamada “Gatito”. Abrumado o abrumada, según, el gatito-gatita
saltó de los brazos de la niña y volvió a las entrañas de la cueva. Las
enviadas reaccionaron y le preguntaron a la niña cuál era la coartada del
Capitán. La niña sonrío: “acaba de entrar de nuevo a la cueva.
Ése es su pretexto, una gatita que se llama Gatito. Pero eso no es lo
peor. El Capitán tiene un abogado que es muy famoso”.
La niña se fue a ver si ya habían arreglado los pedales de su bici, que se
habían enchuecado al caer en la grava. Las enviadas informaron a la
asamblea de “algunas partes del todo”:
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“No, definitivamente no”, así alegó el Capitán frente a la “estrategia
jurídica” que le proponía su abogado, un escarabajo pedante y anacrónico, y que
consistía, grosso modo, en declararse culpable desde el inicio del
juicio. “Será un éxito”, argumentaba el abogado, “la asamblea
quedará tan desconcertada que, creo, podrías evitar la pena de muerte”.
“¡¿Pena de muerte?!”, dijo enojado el Capitán, “¿dónde
estudiaste para abogado?, ¿en las universidades Benito Juárez?”. El
escarabajo acomodó su portafolios y resumió: “Podría ser peor, por ejemplo:
podría ser una condena de un mes a dieta con sopa de c-a-l-a…” El Capitán
interrumpió con un grito: “¡Basta!”. El escarabajo jurídico
insinuó: “entiende, si te condenan a muerte, ¿quién pagará mis honorarios?”.
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Organizar el juicio no fue fácil. Aunque el colectivo de ciencias
manifestó abstenerse, se ofreció a diseñar el cadalso -en dado caso de que el
acusado resultara culpable y fuera condenado a la horca-, mientras la comunidad
(já reintegrado) artística se sintió obligada a aportar imaginación y
creatividad.
Toparon pared cuando, al imaginar el juicio, los teatristas sólo recordaban
algo de Juan Ruiz de Alarcón (de quien, en las redes sociales de entonces,
hicieron escarnio Lope de Vega, Tirso de Molina, Francisco de Quevedo y Luis de
Góngora, quienes, faltos de argumentos -como ahora-, le insultaron con
alusiones a su físico). En su auxilio apareció, a saber de dónde, un
colectivo que tiene el buen gusto de autodenominarse “Komün” y algo
referido al cine, con experiencia en escenarios naturales y cotidianos.
El resto de artistas se disputaba los papeles de fiscal y juez (aunque en
verdad el puesto que todos anhelaban era el de verdugo), pero apareció un
escarabajo quien, dijo, tenía experiencia en juicios sumarios y condenas
lapidarias, y se ofreció a cubrir simultáneamente los puestos de Juez y
Fiscal. Como llevaba toga, peluca y un mazo (parecido al martillo que los
ingenieros en carpintería no encontraban por ningún lado), nadie cuestionó su
capacidad. Entonces la asamblea artística se conformó como jurado.
Estaba todo listo y sólo esperaban, con mal disimulada ansia, que se presentara
el acusado…
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Arriba la luna escucha y, desde Levante, se llega un murmullo que grita:
غابت شمس الحق وصار الفجر غروب
منرفض نحنا نموت قولولهن رح نبقى
(“El
sol de la justicia se ha ocultado y el alba se ha convertido en anochecer/ Nos
negamos a morir/ diles que prevaleceremos”)
Y pies golpeando el suelo. Tal vez la Dabkeh palestina
comprobando si los cimientos de otro mundo estarán firmes.
En todos los caminos alguien remueve escombros y recuerdos y alguien espera ser
encontrado. Y de eso se trata todo: de buscar y hallar verdad y
justicia. Porque el mañana suele anidar en los rincones más inesperados,
y siempre en el corazón de las buscadoras…
(continuará)
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