lunes, 7 de abril de 2025

Treceava Parte: Un juicio a modo.

Treceava Parte: Un juicio a modo.

Previously:

  A raíz de la llamada “Guerra del Dulce de Calabaza. El Inicio”, la banda de científicos y artistas se había aliado (oh, lo sé, pero es ficción pues) para encontrar y castigar el culpable.  Sin fundamento alguno, ubicaron al Capitán como presunto responsable y lo citaron para comparecer en una asamblea de “algunas partes del todo” y responder por la irresponsabilidad de sus actos.  Al recibir el citatorio, el apuesto Capitán negó todos los cargos y, asesorado por un sabio e incorruptible escarabajo abogado (autodenominado “el abogado-juez-fiscal-jurado-verdugo del paradójico, persistente, plural, pulcro, puro, poblado y popular pueblo”, -búsquelo así en la boleta de junio-), preparó su defensa.  Artistas y científicos se autodenominaron jurado, y el mismo escarabajo cumpliría el triple papel de fiscal, juez y abogado defensor.  Mientras tanto, el grupo de “Ciencias Aplicadas” probaba la resistencia de varios tipos de cuerdas o lazos, de modo que soportaran la esbelta figura de nuestro doliente Capitán.  En el horizonte se recortaba la figura de … ¡un momento!… ¿es eso un patíbulo?

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  Gracias a un ingenioso dron (en realidad es un avioncito de madera cuya hélice es accionada por una liga retorcida hasta su estrés máximo, y que tiene en su panza -del dron, se entiende- un espejito), creado por el colectivo científico siguiendo unos planos del Capitán, fue posible tener una vista aérea de la asamblea reunida en el antes comedor “Tacostumbras”, ahora renombrado “Juzgado La Justicia es Ciega, por eso no ha llegado”.

  Mientras el atractivo acusado llegaba, el jurado escuchaba los argumentos del fiscal quien, con abundantes movimientos de manos y pies, enfatizaba su alegato:

  “Las preguntas que deben hacerse, damas, caballeros y otroas del jurado, son si el futuro difunto (one more time) tenía un motivo para el crimen, si tuvo los medios para perpetrarlo y si gozó de la oportunidad para concretarlo”.

  El abogado encendió una pipa que, por extraño que parezca, se parecía a una que el finado en ciernes denunció, unos días antes, como robada.  Por entre el humo de la pipa, que recordaba la niebla que suele poblar la Baker Street en Londres, Inglaterra, continuó:

  “Así que, estimado y nunca bien ponderado jurado (la cacofonía es responsabilidad del abogado, nota de la redacción), procederé a exponerles, mediante razonamientos inapelables, las respuestas a esos pendientes:”

  ¿A quién se le ocurriría hacer una batalla con dulce de calabaza?  Había arroz, frijoles, y hasta chayote.  Arroz y frijol hubieran asegurado un efecto como de “escopeta”, o de las bombas “racimo” que usan el ejército estadunidense y el israelí en contra de la población civil.  El chayote bien cocido hubiera producido un efecto parecido al del dulce de calabaza.  Además, según investigaciones, habría en ese momento al menos una docena de aguacates silvestres.

  Entonces, se podría deducir una cierta hostilidad del criminal hacia esa horrible creatura (la calabaza, se entiende).  Es del conocimiento de esta amable, loable y combustible comunidad (nota de la redacción: el jurisconsulto reitera sus pésimas prosodia y sintaxis), que el acusado no oculta su animadversión al perverso y detestable fruto de la curcubitácea.  De hecho, en el pasado lejano y reciente, hay numerosos escritos que documentan esto.

  Pero si eso no bastara, he tenido a bien traer, en calidad de testigo de cargo, a la representante de un grupo, colectivo o equipo que se autodenomina “Comando Palomitas”, formado por niñas y niños de dudosa calidad moral y reconocida irresponsabilidad.  Como ustedes saben, los infantes no dicen mentiras, a menos que se trate de lo referente a la escuela, la tarea, los juegos, los estropicios, las travesuras y, en fin, su vida toda.  Como se trata de menores de edad, voy a evitar el uso de palabras altisonantes, groserías y bajezas lingüísticas.  Está aquí presente la Verónica, vocera y líder del mencionado grupo.

  La Verónica está sentada en un banquito y consume, despreocupada, un dulce de chamoy.  El fiscal inicia el interrogatorio:

  “Oyes Verónica, ¿es cierto que al Capitán no le gusta “eso” ?, el abogado hace un guiño al jurado y murmura: “y con “eso” me refiero a esa palabra prohibida, malévola y perversa. La c-a-l-a..”.

  La Verónica interrumpe: “A nadie le gusta “eso”.  Tiene razón el Capitán.  Por eso lo apoyamos como Comando Palomitas que somos.  ¿Acaso a ti te gusta?”

  “¡Claro que no!”, protestó el juez.  Luego, recomponiéndose, el fiscal agregó: “err, quiero decir que no es el tema.  Sólo queremos precisar que el Capitán odia “eso” ¿Es así?”

  La Verónica asiente mientras ve con tristeza que buena parte del dulce de chamoy le ha manchado la blusa y sus mamaces no van a estar contentas.

  El juez-fiscal aplaude; y el fiscal-juez, con la discreción aprendida frente a la autoridad en cualquier situación de “monta choques”, fingiendo darle la mano a la Verónica, le pasa un dulce de chamoy en forma de paleta.

  Después de despachar a empujones a la Verónica, quien consideraba que un dulce de chamoy no era pago suficiente por su declaración, el fiscal continuó:

  “Tenemos pues el motivo, vayamos a los medios. ¿Tuvo el culpable, quiero decir, el acusado, los medios para cometer el crimen que, lamentablemente, obligó a nuestra querida comunidad artística y científica a empeñarse al doble en el lavado de sus prendas de vestir?  Dejemos de lado su evidente mal gusto en sus atuendos y que sus “outfit´s” de fin del mundo dan pena ajena, ¿es justo que estas luminarias del ya muy reducido mundo de las artes y las ciencias hayan batallado para eliminar las manchas de calabaza, es decir, de “eso”?

  Es también evidente que, dada su cercanía con la Doña Juanita aquí presente (la Doña Juanita enarca las cejas y blande amenazante el sartén, el fiscal-juez traga saliva y suda copiosamente) …, de quien nadie podría siquiera sospechar que sea cómplice del grave delito que nos ocupa, el acusado podría saber que habría una paila o cazuela grande, cuyo contenido habría de abundar en dulce de “eso”, es decir, de calabaza.

  Hacerse de una cuchara, así sea de madera, no fue problema.  Y, bueno, estaban reunidas sus amables personitas para consumir los alimentos.  Ergo: las víctimas potenciales se encontraban “a tiro de cuchara en modo catapulta”.  Por lo que, es de concluir, el acusado contaba con los medios necesarios para consumar el horrendo crimen.

  En cuanto a la oportunidad, bueno, sabemos que ese día al nefasto Capitán le tocaba turno en la cocina.  Y que, aunque se ausentó alegando no sé qué cosa de una bicicleta y la energía imperecedera, pudo saber el menú que habría.

  Ergo: el mentado delincuente tuvo el motivo, contó con los medios y disfrutó de la oportunidad de realizar su perverso y maquiavélico plan.

  En conclusión: estarán ustedes de acuerdo conmigo en que el acusado es culpable del delito de dulce de calabaza, con alevosía, premeditación y ventaja.

  Por lo que pido que sea declarado culpable de todos los cargos, incluido el de haber inducido a nuestra madre Eva para que sucumbiera a la tentación de la belleza virtual que le sugirió la bíblica serpiente -mediante un tik-tok de maquillaje y vestuario, que incluye una aplicación que corrige, en línea y por una módica suscripción, “quod natura non dat, Helmantica praestat”, lo que en castilla común quiere decir “no importa la falta de belleza y gracia físicas, sino la falta de una aplicación digital adecuada para enmendarle la plana a la naturaleza”.  Porque, como bien se dice en los corrillos de la jurisprudencia: “Todo lo analógico se desvanece en lo digital”, lo que se puede traducir como “no importa el juez, sino cuánto cuesta”, o lo que es lo mismo “with money dancing the dog, raza”.  Y, bueno, nuestra madre Eva lo sonsacó a nuestro padre Adán y el pobre no tuvo para dónde hacerse. Y, debido a ese desafortunado incidente, aquí estamos: con un pie en la tormenta y uno en el día después.

  Establecido lo anterior, no pido para el acusado la pena de muerte por ahogo o ahorcamiento.  Aunque es cierto que sería una pena no utilizar ese magnífico cadalso que mis colegas científicos e ingenieros, tuvieron a bien levantar.  Pero piensen que bien podría servir como parte del templete para el próximo encuentro de Arte, al que, me informan, tendrán acceso gratuito todas las personas científicas que así lo acrediten… y las que no, también. 

  Tampoco pido que sea expulsado hacia una Nación por muy naranja que se presente.  Entre otras cosas, porque ya no hay naciones, ni constituciones ni leyes que se violen para agradar y darle rating al extraño enemigo; tampoco encuestas, ni nacionalismos rancios de torta y matraca con los que, ataño, cierto partido político celebraba sus miserias y se tomaba selfies distraído por la emoción.

  Mucho menos demando que sea condenado a comer sopa de calabaza por una semana, porque tampoco hay que exagerar.

  El popular y poblado abogado del pueblo posible, hizo una pausa para generar suspenso… y para tratar de recordar su parlamento.

  “Pido pues que el acusado sea declarado culpable de todos los cargos habidos y por haber.  Pero que sea sentenciado a cubrir mis honorarios sin excusas ni pretextos, al contado y no mediante esas fraudulentas aplicaciones bancarias, ni en una tienda de conveniencia”.

  Un murmullo recorrió el juzgado, quiero decir, la asamblea.  Pero no por el súbito giro que el populoso y apreciado abogado del pueblo público había dado a su discurso, sino porque se corrió el rumor de que, a la Marijose y la banda de taquería Común, les tocaba turno en la cocina y se especulaba si el menú tendría tacos al pastor, de bistec, de suadero, de carnitas o campechanos.  En lo alto de su local se leía el lema de tan vital sustento: “Con una buena salsa, hasta piedras, compa”.

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  En un cielo vacío de estrellas, la luna no duerme.  Duele su panza.  No son pocos los dolores que la agobian.  No pocas las lágrimas con que las nubes la acompañan.  Aunque a veces, sólo a veces, hay sonrisas que abajo se crecen, porque hay historias anteriores y actuales:

  Al pie de un viejo olivo, rejuvenecido en flores, una niña escucha atenta las palabras de su abuela.  Con cuidado las guarda en su corazón y memoria.  No es un cuento lo que escucha; lo que recibe es una bandera:

كان هناك في العصور القديمة
المقاومة والتمرد
دائم، دائما

(“Hubo, en la antigüedad del tiempo…
Resistencia y rebeldía
Siempre, siempre”)

  Más acá, en un cuarto cerrado; o en una prisión sin paredes y con sólo el miedo, la crueldad y la complicidad como celadoras; o bajo tierra junto a otras, otros; o entre un montón de cenizas; o en una morgue del SEMEFO; hay quien espera que alguien abra la puerta de la memoria, hay quien alimenta la esperanza de que, quien busca, le encuentre.

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  ¿A quién le importan esa anciana y esa niña palestinas?  ¿A quién esas ausencias ignoradas en la geografía llamada México?

  Bueno, pues al menos a nosotros, los zapatistas, los más pequeños.

  Porque al buscar, nos encontramos.

(continuará…)

 





viernes, 4 de abril de 2025

Doceava Parte: Las Artes y las Ciencias se unen en un objetivo Común


 Doceava Parte: Las Artes y las Ciencias se unen en un objetivo Común.

(basada en hechos reales… bueno, no tan reales…
ok, ok, ok, hechos inventados -como los que acostumbra la FGR-. Oh pues)

Previously:

  En el día después, en una comunidad ficticia se han reunido pueblos originarios, buscadoras, artistas y científicos sobrevivientes de la tormenta.  Juntos enfrentan el reto de recomenzar y rehacer el mundo desde sus cimientos.  En el comedor comunitario “Mastica, no tragues” se ha provocado una batalla campal debido a que, supuestamente, alguien del colectivo de Ciencias Aplicadas, aplicó las leyes de física a las catapultas, ejemplificando con las cucharas y con dulce de calabaza como munición.  Los proyectiles cayeron indistintamente en artistas y científicos, provocando la respuesta lógica.  Algo como el clásico “pastelazo” usado en cinematografía.  En lo más álgido del bombardeo mutuo, la Doña Juanita intervino blandiendo un sartén gigante y un cucharón tamaño XXXL, convocando a la calma, el diálogo razonado y la no aplicación unilateral de aranceles.  La última vez que se vio, el Capitán estaba parapetado detrás de ollas y comales, con un casco protector modelo “Predator” (armadura +100, movilidad -500, -no se ve nada-).  La banda sonora (“Yo no fui”, de Consuelito Velázquez) era interpretada por los musicales.  A este connato de guerra, las reseñas posteriores lo nombrarían “La Guerra del Dulce de Calabaza. Los Inicios”. (Cfr: Parte Seis: Ciencias Aplicadas. Oct 2024)

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  Todavía están todos en el comedor, discutiendo quién fue el que inició la escaramuza que salpicó de dulce de calabaza las mesas, las paredes y el techo.

  Aunque al inicio del debate, ciencias y artes se miraban con recelo, las acusaciones mutuas se contenían; no fue sino hasta que los teatreros señalaron: “claro, el truco infantil de la cuchara catapulta.  Eso es de jardín de niños”, que el conflicto escaló.

  La ciencia aplicada acusó el golpe y, sin titubeos, respondió “Me parece escuchar un ligero tono acusatorio en lo que mencionan.  En efecto, la cuchara catapulta es infantil.  En cambio, bien responde a esa moda pictórica (así dijo: “pictórica”; no “artística”, ni “gráfica”, dijo “pictórica”) de arrojar tintas de colores al lienzo o a la pared y luego hacer un batidero.  Creo le llaman “el arte ensalada”.

  No hubo risas ni su esbozo siquiera; hubo, en cambio, un ir y venir de miradas fulminantes (intención 1000; daño deseado 100; daño real -40).  Y, de una vez, unos y otras patearon las mesas y se parapetaron detrás de sus respectivas fortificaciones.  Como no había ya proyectiles a la mano, quedaron expectantes, como dudando si seguían insultándose o pasaban a la acción concreta.

  Aprovechando el impasse, la Doña Juanita -todavía armada con sartén y cucharón-, preguntó con aire inocente: “¿Dónde está el Capitán?

  Fue como si un rayo rompiera la noche más oscura.  De mal mirarse, las partes en pugna pasaron a intercambiar hipótesis y teorías.

  Aunque nadie podía recordar el lugar preciso en que el Capitán estaba en medio de la refriega, alguien señaló que, antes de empezar el combate, vio al Capitán… junto a la paila con el dulce de calabaza.  Después de eso, nada.  O sí, pero ya era otra vez la narración detallada de los proyectiles recibidos y la lógica respuesta.

  La contadora pidió la palabra y dijo: “Tenemos el crimen y creo que ya sabemos quién es el criminal”.  “El sospechoso”, aclaró la que vuela, que había visto demasiado “La Ley y el Orden, UVE”.  Los musiqueros, siempre atentos, improvisaron -con el peine absurdo- la tonada de esa serie policial: tan, tan.

  Alguien propuso: “Levanten la mano quienes piensan que el culpable es el Capitán”.  Otra voz le atajó: “cálmate cuatro T, no estás en un juzgado del Bienestar.  Es inocente hasta que se demuestre su culpabilidad”.

  La doña Juanita soltó una carcajada y sentenció: “¿Van a culpar al capitán de algo?  Suerte con eso”.

  “Hagamos como hacen aquí, citémoslo, que se presente y que declare lo que tenga que decir.  Hay que buscarlo y decirle que venga”, señaló el escultor.

  La Doña Juanita, que parecía muy divertida y dispuesta a disfrutar lo que pasaba, preguntó socarrona.  “¿Y quién le va a poner el cascabel al gato?

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  “En realidad es gata.  Una gatita, pues.  Lo siguió al capitán el otro día.  El Capitán, ya lo sabes que es muy otro, y le puso de nombre a la gatita: “Gatito”.  ¿Tú lo vas a creer que el Capitán no sabe distinguir entre un gato y una gata?  Hasta yo lo regañé un día que estaba rompiendo su bicicleta, a saber por qué la rompía.  Los hombres son muy raros… bueno, yo digo que los hombres son muy pendejos, pero el Capitán me dijo que en los cuentos no se pueden poner groserías, entonces queda que son muy raros.  El caso o cosa, según, es que yo llevé mi bici con el mecánico para que lo arreglara la cadena, que se había zafado.  Entonces el mecánico estaba ido al pozol, así que, mientras lo esperaba, lo fui a mirar al Capitán, para ver si tenía dulce de chamoy, y lo miré que está rompiendo su bicicleta.  Con martillazos, de una vez.  Entonces la miré una gatita muy bonitilla y la llamé “gatita, gatita” pero la muy maldita no me contestaba.  Mientras agarraba un barretón y un hacha, el Capitán me dijo: “Acaso se llama gatita, se llama Gatito”.  “¿Cómo vas a creer, si claro se ve que es gatita?”, le dije.  El Capitán se encogió de hombros y siguió con… con… lo que sea que estaba haciendo.  Llamé a la gatita varias veces y nada.  Entonces le dije “Gatito” y rápido vino.  De una vez no se puede creer, pero ni modos, así salió el Capitán, que tiene muy revuelto su pensamiento”.

  (Nota de la redacción: Claro que sí sé la diferencia entre gatitos y gatitas.  Los gatitos llevan moño azul y las gatitas llevan moño rosa.  Lo leí en un libro científico… ok, ok, ok, lo vi en Pinterest o como se llame. Fin de la nota)

  La niña (unos 6 ó 7 años) le explicaba eso a la Contadora, la que Vuela y la que Mira, quienes, después de un agitado sorteo, habían sido elegidas para ir en búsqueda del Capitán y entregarle el citatorio firmado “a nombre de algunas partes del todo”.

  El escrito, plasmado en una tabla con “tinta” de dulce de calabaza -lo que ya era en sí una afrenta al admirado Capitán (lo sentimos, “já´s” agotados)-, señalaba puntualmente al acusado de “incitación a la rebelión de la calabaza, motín de mal gusto, insurrección mal planeada, machismo heteropatriarcal, reiteración binaria, eurocentrismo cis, mala puntería, fomento del odio y la división, ausencia en su turno en la cocina, no lavar su mano, y los que se deriven de la investigación en curso

  La niña les había advertido a las 3 delegadas exprofeso, que no dijeran nada.  Y que, sobre todo, evitaran siquiera pronunciar la palabra prohibida.  Ni siquiera se debía deletrear “c-a-l-a-b-a-z-a”, explicaba la niña mientras bajaban la pendiente que da a la cueva donde se supone estaría el Capitán.  “Es que, si dices esa palabra, el Capitán se convierte en un gorsodomo, una bestia muy horrible que ni en los multiversos de Marvel y DC Comics la imaginan”.

  Las 3 enviadas, 4 con la niña, se llegaron hasta la entrada de la cueva.  La niña les dijo “esperen aquí y no hagan como en las películas donde se les dice que esperen en un lugar y nadie obedece, se van y terminan muriendo miserablemente”.

  La niña salió con una gatita-gatito en los brazos y sentenció: “Dice que no estuvo ese día en el comedor y tiene una coartada inapelable.  O sea que tiene un su pretexto pues”.  Las 3 enviadas hicieron lo que cualquier ser humano haría en una situación parecida, es decir, se pusieron a cariñar a la gatita llamada “Gatito”.  Abrumado o abrumada, según, el gatito-gatita saltó de los brazos de la niña y volvió a las entrañas de la cueva.  Las enviadas reaccionaron y le preguntaron a la niña cuál era la coartada del Capitán.  La niña sonrío: “acaba de entrar de nuevo a la cueva.  Ése es su pretexto, una gatita que se llama Gatito.  Pero eso no es lo peor.  El Capitán tiene un abogado que es muy famoso”.

  La niña se fue a ver si ya habían arreglado los pedales de su bici, que se habían enchuecado al caer en la grava.  Las enviadas informaron a la asamblea de “algunas partes del todo”:

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  “No, definitivamente no”, así alegó el Capitán frente a la “estrategia jurídica” que le proponía su abogado, un escarabajo pedante y anacrónico, y que consistía, grosso modo, en declararse culpable desde el inicio del juicio.  “Será un éxito”, argumentaba el abogado, “la asamblea quedará tan desconcertada que, creo, podrías evitar la pena de muerte”.  “¡¿Pena de muerte?!”, dijo enojado el Capitán, “¿dónde estudiaste para abogado?, ¿en las universidades Benito Juárez?”.  El escarabajo acomodó su portafolios y resumió: “Podría ser peor, por ejemplo: podría ser una condena de un mes a dieta con sopa de c-a-l-a…” El Capitán interrumpió con un grito: “¡Basta!”.  El escarabajo jurídico insinuó: “entiende, si te condenan a muerte, ¿quién pagará mis honorarios?”.

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  Organizar el juicio no fue fácil.  Aunque el colectivo de ciencias manifestó abstenerse, se ofreció a diseñar el cadalso -en dado caso de que el acusado resultara culpable y fuera condenado a la horca-, mientras la comunidad (já reintegrado) artística se sintió obligada a aportar imaginación y creatividad.

  Toparon pared cuando, al imaginar el juicio, los teatristas sólo recordaban algo de Juan Ruiz de Alarcón (de quien, en las redes sociales de entonces, hicieron escarnio Lope de Vega, Tirso de Molina, Francisco de Quevedo y Luis de Góngora, quienes, faltos de argumentos -como ahora-, le insultaron con alusiones a su físico).  En su auxilio apareció, a saber de dónde, un colectivo que tiene el buen gusto de autodenominarse “Komün” y algo referido al cine, con experiencia en escenarios naturales y cotidianos.

  El resto de artistas se disputaba los papeles de fiscal y juez (aunque en verdad el puesto que todos anhelaban era el de verdugo), pero apareció un escarabajo quien, dijo, tenía experiencia en juicios sumarios y condenas lapidarias, y se ofreció a cubrir simultáneamente los puestos de Juez y Fiscal.  Como llevaba toga, peluca y un mazo (parecido al martillo que los ingenieros en carpintería no encontraban por ningún lado), nadie cuestionó su capacidad.  Entonces la asamblea artística se conformó como jurado.

  Estaba todo listo y sólo esperaban, con mal disimulada ansia, que se presentara el acusado…

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  Arriba la luna escucha y, desde Levante, se llega un murmullo que grita:

غابت شمس الحق وصار الفجر غروب
منرفض نحنا نموت قولولهن رح نبقى

(“El sol de la justicia se ha ocultado y el alba se ha convertido en anochecer/ Nos negamos a morir/ diles que prevaleceremos”)

  Y pies golpeando el suelo.  Tal vez la Dabkeh palestina comprobando si los cimientos de otro mundo estarán firmes.

  En todos los caminos alguien remueve escombros y recuerdos y alguien espera ser encontrado.  Y de eso se trata todo: de buscar y hallar verdad y justicia.  Porque el mañana suele anidar en los rincones más inesperados, y siempre en el corazón de las buscadoras…

(continuará)

 


Treceava Parte: Un juicio a modo.