Sobre el tema: La Tormenta y el Día Después.
Postfacio.
Primera
Parte. La Hipótesis (¿o era la hipotenusa?).
Me van a disculpar que no me dirija en específico, aunque sí en lo general, a
las personas, grupos, colectivos, organizaciones, movimientos y pueblos
originarios de la Declaración por la Vida. Una gran parte de estas
personas no sólo ya conocen, y padecen, la Tormenta de primera mano.
También y desde hace tiempo, resisten, trabajan y luchan para crear los
cimientos para otros mundos. Tienen su propio análisis de la tormenta y
su alternativa para el Día Después. De estas personas esperamos que
compartan su mirada, su diagnóstico y, sobre todo, su práctica. A muchas
las conocemos. A la mayoría no. Y creemos que su historia y su
actuar presente, enriquecería mucho a otros esfuerzos, si no parecidos ni
semejantes, sí en el mismo empeño: la lucha por la vida. De hecho, hay
fechas especiales para esa compartición. Aclarado lo anterior, veamos las
ciencias y las artes.
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¿Las artes y las ciencias dependen de las tecnologías de la modernidad?
Es decir, si no hay internet, aplicaciones, celulares, tabletas y computadoras,
Inteligencia Artificial, energía de combustibles fósiles, etcétera. ¿Es posible
el arte dramático? ¿La pintura? ¿La música? ¿La danza?
¿La escultura? ¿La literatura? ¿El cine? ¿Las ciencias?
Oh, lo sé. Las artes no nacieron con el sistema que ahora ahorca a la
humanidad entera. Pero tal vez ya se trata de un “cambio de paradigma”
(coartada por excelencia para las claudicaciones), y el sistema ha convencido a
las “mayorías” que, sin él, sin el capitalismo, la humanidad es imposible.
Y las ciencias, ¿pueden demostrar que la tierra es esférica sin internet, fotos
aéreas, etcétera? ¿Explicar los movimientos planetarios? ¿La física y la
química sin laboratorios ni tutoriales? ¿Las Matemáticas más allá de
peras y manzanas? (claro, con lo caro que está todo hoy, incluso sin peras ni
manzanas).
Porque pudiera ser, es un supositorio, que en una situación de catástrofe
aparezca quien sostenga que la tierra es plana y cuadrada, que el cambio
climático y el calentamiento global no existen, y que son sólo un invento de
ambientalistas corruptos y feos (lo de corruptos vaya y pase, pero lo de “feos”
es imperdonable, oiga -sobre todo con la infinidad de productos cosméticos y
aplicaciones digitales que pueden remediarlo, oiga-), que todo está bien, que
no pasa nada, que son hechos aislados, que así era antes pero ahora todo ha
cambiado, que no somos iguales, que todos están felices, felices,
felices. ¡Ups! Se trataba de no hablar de política, tema que suele
incomodar a científicos y artistas (o en algunas ocasiones les impele a decir
tonterías).
Pero suponga usted que, en esos momentos de desesperación y caos, cuando los
distintos gobiernos consultan encuestas e índices de popularidad para decidir
si asisten o no a un lugar en apuros, y si mandan o no ayuda, alguien se
aparece como “profeta” de la salvación y “explica” que todo es castigo divino,
culpa de los conservadores, de los liberales, de los radicales, de los
derechistas, de los izquierdistas, y etcétera, etcétera.
No hablo de la situación actual en cualquiera de los estados mexicanos; ni
tampoco en los estados surorientales de la Unión Americana, o de la destrucción
-con coartadas geopolíticas de derechas o progresistas-, en Europa Oriental,
Medio Oriente, Haití, el Wallmapu diez, cien, mil veces insumiso. Hablo
de todo eso, pero a lo bestia, mundial pues, en las partes y el todo.
A usted, como artista o científico (o ambas cosas), ¿se le acabaría el
mundo? Quiero decir SU mundo. Sí, lo sé, desde los tiempos más
antiguos aparecen las artes y algunas ciencias; y las aplicaciones de diseño
gráfico algo deben a, por ejemplo, las pinturas en las cuevas de Altamira; las
matemáticas y la astronomía a los antiguos mayas; el arte dramático a las
descripciones, con ademanes y sonidos, de quien, hace milenios, describía cómo
había logrado escapar de un tigre dientes de sable; la arquitectura a Stonehegen en
la rubia Albión; la escultura a las Moáis del pueblo Rapanui.
Pero… ¿en qué medida o hasta dónde las tecnologías de la modernidad controlan
ya, o no, la creación artística y las investigaciones científicas?
No, no se trata de redirigir, con la explosión de un dispositivo nuclear, un
asteroide para que choque y destruya el Telescopio Hubble: o de incendiar o
saquear los centros de investigación científica (de eso ya se están encargando
el crimen organizado hecho gobiernos y quienes brincan de la ciencia a la
política). Y, en dado caso, estoy seguro de que toda la comunidad
científica se uniría si alguien siquiera intentara acabar con la estructura de
investigación; amenazar a sus integrantes; levantarles denuncias penales; o
enganchar la investigación científica a un proyecto político partidario, ¿no es
así? (¡ah!, ¿no es sutil mi sarcasmo?)
Me refiero, en cambio, a una situación límite, donde esos recursos sean
imposibles de obtener, o existan muchas dificultades para acceder a
ellos. ¿Qué pasará con las ciencias y las artes, así como con las
personas que en ellas se empeñan?
Ahora bien, usted puede pensar que ese escenario no es posible siquiera, y que
no es más que un mal guion de una película mala de mala ciencia ficción
–“ciencia ficción”: un oxímoron, como el de “político honesto”-. Ok, de
acuerdo, siga en su escenario, caballete, pantalla 8k, plataforma digital,
laboratorio, academia.
Estoy seguro de que usted tiene datos duros -estudios comprobados, modelos de
simulación, conteo de recursos no renovables, tendencias de consumo y
reposición-, de que ese escenario es “muy poco probable” -junto con el
calentamiento global, el cambio climático, las guerras de reconquista, la
contaminación ambiental, los genocidios como el actual en Palestina-; y que
tiene acceso a encuestas del todo confiables que muestran que la gente está
satisfecha con su actual nivel de vida (por lo que también es remoto el posible
surgimiento de alzamientos, motines, insurrecciones, protestas, saqueos,
revueltas).
Ok, no le contradigo. Usted tiene renombre y posición en las Artes y las
Ciencias, y yo sólo soy un pobre capitán de infantería, adscrito ahora al área
de “Invitaciones de Bodas, Bautizos, Primera Comunión, Divorcios,
Arrejuntamientos, XV años y… Encuentros”.
-*-
Pero entonces, suponga que le presentan un reto: que imagine que usted va a
estar en una comunidad. Más en concreto, en la asamblea de esa comunidad…
y en el día después. Sin electricidad, sin celulares prepago o plan de
renta, sin “internet para todos”, sin Elon Musk y sus pequeños equivalentes
locales de abonos chiquitos, sin vehículos particulares diseñados para soportar
motines y alzamientos de la plebe (el blindaje extra en la cybertruck se
cobra aparte), sin combustibles fósiles para arrancar el otro vehículo e ir a
buscar señal (mientras maldice a los gobiernos y compañías en turno), y ya sin
posibilidad de comprar un boleto en un moderno cohete interestelar que lo
coloque en otro planeta “all included” (o sea que incluye la fuerza de
trabajo que viva, se reproduzca y muera mientras le sirve -aprecie usted cómo
evité, con elegancia, cualquier referencia a “explotación”-).
Nada de eso es ya posible. Claro, siempre en este escenario hipotético en
el que usted está en una asamblea de una comunidad aislada de todo, porque el
todo ya no existe más.
Son varias personas que están con usted y, para arrancar ese germen de
sociedad, en una asamblea de esa comunidad, cada una de esas personas dirá lo
que es, sabe y puede hacer, y van a proponer, discutir y acordar cómo es que se
van a organizar. Bueno, en realidad le describo lo que ocurre actualmente
en una asamblea comunitaria de pueblos originarios.
Y, así como en una asamblea comunitaria de pueblos originarios, la reunión se
plantea un objetivo y propone, discute y acuerda qué hay que hacer, cómo, quién
va a hacerlo, en dónde, cuándo; en esta hipotética asamblea, en la que usted se
ve obligado a estar por las circunstancias, el objetivo es… recomenzar.
Así que sigamos con el reto de que usted imagine y se ubique en esta situación
y, por las razones que fuere, el mundo como usted lo conocía ha colapsado.
Así que volvamos a la asamblea:
Hay quien dice que sabe trabajar la tierra y sólo necesita sus manos y puede
fabricar algo que, esa persona dice, se llama “coa”. Todos parecen saber
qué cosa es eso, así que usted no pregunta por temor a quedar en
ridículo. Hay quien dice que conoce de plantas y puede elaborar
medicamentos. Hay quien dice que puede identificar frutas, hongos y
verduras (¡puaj!), cultivarlas y conservarlas. Hay quien dice que sabe
algo de carpintería y puede hacer mesas, sillas y, claro, camas. Hay
quien dice que le sabe a la albañilería y puede ayudar a construir casas.
Hay quien dice que sabe mecánica y puede probar a echar a andar ese viejo motor
de aquel viejo vehículo abandonado, o transformarlo en un motor movido por
aire, agua, calor. Y así, cada quien va exponiendo sus habilidades,
resaltando, en esa situación, las llamadas “habilidades manuales”.
Y entonces llega su turno, ¿qué dice?
¿Dice que es artista como si confesara un pecado de juventud?
¿Dice que sabe de ciencias como si se arrepintiera de haber pertenecido a una
secta fanática o a un partido político -es lo mismo-?
Mientras llega su turno de hablar, usted es una persona medianamente
inteligente y se ha dado cuenta de que los más valiosos para ese germen de
sociedad son quienes, gracias a sus habilidades y conocimientos, pueden
conseguir -con su trabajo-: comida, movilidad, salud, educación y habitación
para quienes conviven en esa comunidad.
Así las cosas, usted tal vez tenga que enfrentar más de una disyuntiva.
Continuará…
Desde
las montañas del Sureste Mexicano.
El Capitán.
Octubre del 2024.
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