Sobre el tema: La Tormenta y el Día
Después.
Postfacio.
Segunda
Parte. ¿Cambio con continuidad? ¿De nuevo lo mismo?
La asamblea comunitaria sigue su curso en las presentaciones. Llega su
turno para responder a la pregunta clave “¿Y tú qué?”
Sí, hay varias posibilidades. Usted es una persona medianamente
inteligente y cree en sí misma y en su capacidad de convencimiento (para eso
leyó no pocos manuales de cómo ganar seguidores, y hasta tomó el curso “1000
pasos para ser popular en la era digital”), así que, por ejemplo, puede tratar
de convencer al resto de las personas presentes en esa hipotética asamblea de
que lo mejor es crear una sociedad donde artistas y científicos tengan un lugar
aparte. Y que para eso se necesita, claro, un Estado, porque es imposible
imaginar siquiera una sociedad sin Estado (bueno, sí es posible, pero no es el
tema). Y ese Estado necesita quien gobierne, o sea quien mande. A
quien mandar, no faltará. Y que se hagan papeles para todo: para las propiedades
de cada uno, y para intercambiar, o sea, para comprar y vender.
Si, antes de la aparición de ese Estado, el robo y el despojo se hicieron por
la fuerza, la nueva civilización es eso, civilizada, entonces hay que regular y
legislar sobre esos crímenes, hacerlos legales, que la legalidad supla la
legitimidad. Así que no vendría mal crear un cuerpo de personas
especializadas en eso de hacer leyes. Con ellas nacerán también las
banderas, los himnos nacionales, las fronteras y las historias a modo.
Claro, lo que pasará es que, quienes fueron despojados -con o sin leyes-, no
tendrán nada más que su capacidad, manual y de conocimientos para producir: y,
por otro lado, quienes se beneficiaron de esos crímenes pueden “comprar” esa
capacidad de producir. “Contratar”, puede ser el término, porque
“explotar” suena mal. Entonces también habrá que legislar sobre esa
relación. Contra toda evidencia, como ambos -contratante y contratado-,
son miembros de esa comunidad naciente, se trata de un acuerdo entre iguales
que libremente contratan y son contratados.
Para enaltecer esa “libertad”, se acuña un término que elimine la diferencia
entre propietarios y no propietarios. “Ciudadanos”, puede ser una opción
atractiva. Y de ahí deducir sus equivalentes asépticos: “mujeres”,
“jóvenes”, “niñez”, “tercera edad”, “blancos”, “afroamericanos”, “asiáticos”,
“cafés”, “indígenas”, “mestizos”, “criollos”, etcétera.
Todos estos términos permiten dejar de lado, u ocultar, las diferencias
contrastantes entre poseedores y desposeídos, y deberá de haber leyes que
garanticen ese ocultamiento.
Y para que se obedezcan esas leyes (ya sabe usted: suele suceder que hay
personas así, que no obedecen), se necesita otro grupo de personas que se
dediquen a “implantar el orden”. Una policía, pues. Y, para
apropiarse de recursos que estén en otra comunidad, un ejército.
Y que asigne a un color de piel y a un género, el lugar en esa sociedad.
Por ejemplo, las personas de piel oscura soportan mejor las inclemencias del
clima (o eso le enseñaron), y las de piel clara son más sensibles, más
delicadas (o eso le enseñaron). Las de sexo femenino se desempeñan bien
en el hogar. Los varones en los puestos ejecutivos. ¿Loas otroas?…
¡puaj!, es un fenómeno aberrante que hay que eliminar o ignorar su
existencia. Para eso se ocuparán los closets, las redadas, las cárceles y
los ataúdes.
Usted rescató de la catástrofe lo más importante, es decir, su esquema de
valores. Así que es natural que las mujeres, puesto que son quienes
pueden tener crías, se encarguen del hogar donde esas crías crecerán e irán
tomando el lugar que les corresponde. Trajo consigo también su canon de
belleza, así que instintivamente determinará qué mujer es más… más… más
“apetecible” (iba a poner “está más buena”, pero la seriedad artística y
científica de este texto lo desaconseja), de modo que se seleccionen las mejores
“pies de cría” para ir “mejorando la raza”. El “buen gusto” será
importante no sólo en la mesa y el vestir, también en la cacería humana.
Claro, las mujeres siempre darán problemas -está en su esencia-, así que deberá
implementarse un feminismo moderado, siempre tutelado por el varón. A los
“excesos”, los masculinos ofrecerán portarse bien y conceder, por ejemplo,
tomar cursos de género. Y que las féminas accedan a espacios de
poder. Claro, previa masculinización.
Por ejemplo, la llegada de una mujer a un puesto gerencial será presentada como
un “logro” de las mujeres en general, aunque aquella
niña-jovencita-adulta-anciana que va a la escuela o al trabajo o al mercado,
como alumna o empleada o ama de casa, siga siendo un “blanco de oportunidad” en
la mira del depredador oculto detrás de “las nuevas masculinidades”.
Con los oscuros sucederá lo mismo. Continuamente se rebelarán y se
resistirán a tomar su lugar en el nuevo mundo. Así que son precisas al
menos dos cosas: una es repartir limosnas (tampoco mucho, porque se mal
acostumbran); la otra es adoptar a algunos de piel oscura para que se vea que
hay inclusión y que siempre estará la opción de escalar en la sociedad.
Si persisten en su necedad, bueno, para eso están las policías y los ejércitos.
Si es que, dios no lo quiera, loas otroas siguen el mal
ejemplo, no hay problema. Bastará con aplicar el principio de
“suplantación”. Esto es, que heteros se finjan otroas,
se porten bien, asuman su lugar en los gobiernos y ya está. Ojo: no
abandonar nunca la política de clóset-redada-cárcel-ataúd. Bueno, quienes
alcancen ataúd. Porque la desaparición forzada será una opción.
La sociedad, digamos, de “piel oscura”, deberá aportar para que el Estado
creado pueda apoyar las artes y las ciencias. Porque eso le enseñaron a
usted en la escuela: los grandes dineros financiaron los grandes
descubrimientos científicos y las maravillosas obras de arte que colman museos
inaccesibles y modernos laboratorios y salas de pruebas.
Bueno, colmaban. Porque en este supositorio que le planteo, todo eso
desapareció, fue destruido, saqueado, o permanece aislado entre escombros,
sangre, huesos, lodo y mierda en alguna parte.
Pero, en su idea sobre el futuro de esa comunidad aislada, en poco tiempo
(digamos que en unos siglos), el “progreso” descubrirá nuevos territorios y
tecnologías para conquistarlos.
Al inicio con armas “blancas” y armaduras, luego con más armas, de fuego ahora,
y tanques y aviones, la conquista avanzará y, con ella, la prosperidad y el
desarrollo florecerán. Y, claro, el despojo, el sometimiento (“moderno”,
eso sí), la destrucción y la muerte, pero eso no importa ahora.
Pronto, serán los bancos quienes comanden mineras, agroindustrias, corredores
industriales, centros turísticos, modernos trenes y aeropuertos que se
adentrarán en llanos y montañas, contaminarán ríos, lagunas y manantiales,
usarán como empleados (ojo: evite usar la palabra “esclavizar”) a los locales
de piel oscura, sacarán lo que puedan y se irán a otro lado, dejando tras de sí
un páramo… como en una guerra. En todo momento encontrarán en el Estado
el capataz dócil, servil y cruel que se necesitará para el nacimiento de esa
nueva civilización.
Y así usted se da cuenta de que es posible tener un lugar seguro si, como quien
dice, “sabe con quién relacionarse”. Para eso será necesario un sistema
educativo que “enseñe” a las crías, desde pequeñas, cuál es su lugar. Así
que sí, que haya escuelas para los oscuros y escuelas para los claros. Su
ascenso como artista y científico irá detrás del avance arrollador del nuevo
mundo.
Como la libertad de creación, de investigación y de contratación es lo más
importante, habrá que evitar la llegada de quienes pugnan por un Estado
Totalitario, aunque para eso sea necesario… otro Estado Totalitario.
No importa si este Estado es una democracia representativa, monárquica,
parlamentaria, dictatorial, etcétera, sino que sea capaz de homogenizar la
sociedad imponiendo la hegemonía de una idea: “progreso” quiere decir progreso
de la persona individual, a costa de lo que sea y pasando por encima de quien
sea. Ahí, el esfuerzo de los otros debe encaminarse a ser de los
unos. Cambiar de bando, pues, sin importar el color, el género (o no
género), el tamaño, la religión, la raza, la lengua, la cultura, el modo, la
historia. En los unos reinará la felicidad, en los otros la infelicidad
de tener que luchar por la felicidad. Los unos son los poseedores, los
otros son los desposeídos anhelando ser poseedores.
En esta disyuntiva usted esperará convencer a las otras personas de esta gran
idea. Es su turno. Ánimo, aplique lo aprendido.
Claro, es muy probable que alguien le interrumpa y recuerde que todos, incluso
usted, están en esa situación precisamente por un sistema con esas
características.
-*-
Por supuesto, usted piensa ahora que esta hipótesis es demasiado extrema, que
ninguna persona racional, culta, con altos estudios, hetero, masculina o
masculinizada, civilizada y “moderna”, querría eso.
Pero no he hecho sino sintetizarle las bases de una sociedad capitalista:
explotación, represión, robo y desprecio. Un sistema patriarcal, racista,
explotador, guerrerista, criminal, inhumano, cruel y despiadado que,
destruyendo, crece. Y creció hasta que destruyó al mundo como usted lo
conocía. Una sociedad como en la que usted y nosotros “vivimos”.
Oh, no se enoje. Es sólo una situación como quien dice “hipotética”; un
supositorio, pues. Los avances científicos y tecnológicos, así como el
florecimiento de las artes “viejas” y “nuevas”, son
m-a-r-a-v-i-l-l-o-s-o-s. Lo del calentamiento global es una patraña
inventada por ecologistas ociosos (¿ya dije que, además, son feos?) -meros
hippies modernos con estudios-; el cambio climático es una moda, no hay
huracanes, terremotos, sequías, inundaciones fuera de las habituales; ¿los
feminicidios?, no existen, son castigos que el destino otorga a las mujeres que
reniegan de su lugar… o que están en el sitio y el momento equivocados; no hay
crimen organizado porque para eso el Estado no admite competencia (en lo de
crimen, claro; en lo de organizado está superado con creces); y los diferendos
entre países se resuelven por la vía del diálogo, así que no hay guerras, ni
genocidios que usen la historia a conveniencia (“tenemos derecho a eliminar al
otro porque antes nosotros éramos los otros y quisieron eliminarnos”). En
fin, todo bien, ¿no es cierto?
Pero ésta, la de replicar el modelo de organización previo, es sólo una
posibilidad, debe haber otras. Porque, en el hipotético “día después”,
una opción es recomenzar reconstruyendo el sistema que provocó, azuzó y condujo
a su destino la tormenta. Claro, “limando las aristas” de ese sistema.
Le planteo esta posibilidad porque es sabido que, a falta de imaginación y
audacia, hay quien tiende a recomenzar a partir de lo conocido. Así como
un movimiento que se organiza para enfrentar a un partido de Estado, se
convierte en… un partido de Estado. Se nutre de él y se “apropia” de los
usos y costumbres de quien fue su enemigo. Así, todo se vale, todo es
permitido, para evitar dejar de ser… un partido de Estado.
Y, así como es evidente que “algo” está mal en el sistema, también suele
introyectarse la evidencia de que no es posible otra cosa, de que no es posible
“un mundo donde quepan muchos mundos”.
Continuará…
Desde
etcétera.
El Capitán.
Octubre del 2024.
Convocatoria
a los Encuentros Internacionales de Rebeldías y Resistencias 2024-2025. Tema:
La Tormenta y el Día Después